«El capitalismo es incompatible con la democracia y el Estado de derecho. El socialismo es la única posibilidad de cumplir el sueño de la Ilustración», afirmó Carlos Fernández Liria este 19 de junio en la presentación de su obra El orden de El Capital ganadora del Premio Libertador al Pensamiento Crítico (2011). El embajador en España de la República Bolivariana de Venezuela, Bernardo Álvarez, se encargó de dar apertura al evento en el Círculo de Bellas Artes asegurando que «este libro ayuda a entender que hay una contraposición de fuerzas» y sirve, precisamente, para «hacer frente a los intereses del capitalismo financiero que está doblegando a los Estados». Por su parte, el coautor de la obra, Luis Alegre Zahonero, puntualizó que “el siglo arranca con un compromiso con el socialismo del siglo XXI, un socialismo firmemente comprometido con los derechos civiles, con las libertades básicas, con los proyectos de la ciudadanía”. A continuación reproducimos el discurso que ofreció el subdirector de Ediciones Akal, Jesús Espino:
Es un honor para Ediciones Akal el que uno de sus libros haya sido elegido para recibir un galardón de la importancia del Premio Libertador, cuya presentación tiene lugar esta tarde en estas dependencias del madrileño Círculo de Bellas Artes.
No somos muy amigos de los premios, pues, en la actualidad, en numerosas ocasiones, éstos han perdido en gran medida su valor original de recompensar la excelencia para convertirse en poco más que celebraciones endogámicas de autopromoción. Sin embargo, no es éste el caso del que hoy nos ocupa, en el que cabe destacar su propio enunciado: un premio al pensamiento crítico, toda una declaración de intenciones, y no precisamente acomodaticia.
Si acudimos a la Real Academia Española, encontraremos que el acto de pensar se define, en su segunda acepción, como “reflexionar, examinar con cuidado algo para formar dictamen”. En una época en la que hemos visto cómo se añadían al término “pensamiento” –y se promocionaban sin tapujo alguno– epítetos como “único” y “débil”, pura contradicción in terminis antes la que, sin embargo, se encontraba una complacencia más generalizada de lo que cabría suponer, resulta más necesario que nunca subrayar ese componente, por mucho que lo consideremos redundante, pues me pregunto si puede calificarse como pensamiento cualquier ejercicio intelectual que no tenga implícito la crítica, el cuestionamiento constante de la realidad, un lúcido ejercicio para huir de cualquier tipo de visión dogmática del mundo. Un ejercicio incómodo, cierto, pero necesario si queremos sobrevivir y crear un mundo de personas libres, responsables de sus actos, de ciudadanos en el pleno sentido de la palabra. Algo sin duda embarazoso para ese Sistema que, cada vez más, trata de aherrojarnos y someter nuestras voluntades. Y si a estas alturas alguien aún tiene alguna duda al respecto, que eche un vistazo a su alrededor, a esa realidad narcotizada y amedrentada en la que quieren que, dóciles y sumisos, nos mantengamos.
Por otro lado, resulta gratificante que el libro que hoy nos reúne gire en torno al pensamiento marxista, en concreto a su obra clave, que, a casi 150 años de ver la luz, sigue manteniendo una vigencia que irrita a quienes se empeñan en enterrarlo, darlo por superado, como un vestigio caduco de un pasado remoto. Hace apenas un par de años, Marx y el marxismo generaban sonrisas displicentes y actitudes poco menos que conmiserativas; apenas era un polvoriento testimonio pasado de moda ante el que el capitalismo mostraba su irresistible y fulgurante triunfo. Pero cuando estos oropeles perdieron su brillo y dejaron al descubierto la turbadora y ominosa realidad que ocultaban, de pronto parece que hay cierta unanimidad en que la teoría marxista no era algo tan anticuado, y así no sólo se multiplican los libros de esta temática, sino que aparecen publicados incluso en “prestigiosas” editoriales que prácticamente los consideraban una encarnación del maligno. En Akal nos congratulamos de este cambio en quienes no hace mucho dirigían sus miradas condescendientes hacia nuestras publicaciones y utilizaban incluso el término “marxista” como el más terrible de los insultos que nos podían dedicar (bueno, para ser justos, imagino que estos últimos hoy seguirán recurriendo a él, pues en sus “económicos” y “razonados” medios no creo que consideren que hay vida más allá de esa despiadada y voraz huida hacia delante que, bajo el nombre de neoliberalismo, ha emprendido un capitalismo absolutamente desenfrenado). En nuestros cuarenta años de existencia nunca tuvimos dudas acerca de la necesidad de reivindicar constantemente su obra, con la pertinente revisión crítica incluida. Bienvenidos sean, pues, nuestros nuevos compañeros de camino.
Y si hay unas personas que encarnan todos estos valores son Carlos y Luis. No sólo tienen una sólida formación intelectual que les permite sostener un discurso potente, sino que lo saben transmitir con claridad, sin subterfugios alambicados, alejados de esas jergas herméticas que muchas veces sólo se utilizan para ocultar la vacuidad de lo dicho. Y además no se limitan a quedarse en el plano teórico. Son un ejemplo de compromiso social y político (en el sentido etimológico del término), defensores a ultranza de una ciudadanía concienciada, promotores del debate y la discusión, que saben escuchar, que ejercen la autocrítica, porque no les gustan los dogmas; personas que, a lo largo de su trayectoria, han demostrado una coherencia de la que no pueden presumir otros que, sin embargo, sí hacen gala de ella. Muchas gracias, porque ha sido y es un privilegio contar con autores como vosotros en nuestro proyecto.
Y en este sentido hay que agradecer sinceramente el hecho de que la República Bolivariana de Venezuela fomente este pensamiento crítico, una actitud muy valiente en los tiempos blandos que vivimos. Y que no sólo lo fomente concediendo un premio, sino difundiendo la obra por todo el país para facilitar su lectura (curioso, también en Venezuela se desarrolla el más hermoso proyecto musical existente, como es el Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, de José Antonio Abreu, “conocido por rescatar a gente joven en circunstancias extremadamente empobrecidas del ambiente de abuso de drogas y el crimen en el que de otra manera ellos probablemente serían arrastrados”; ¡qué sospechoso en un país en el que, además, se ha logrado acabar en los últimos años con el analfabetismo!). Sí, no se asusten, los libros se leen, incluso aquellos que no están concebidos para el aletargamiento masivo. Y éstos son los que requieren más apoyo y defensa, porque llevamos años de terribles campañas de acoso y derribo hacia ellos: cuidado, son libros difíciles, oscuros, aburridos. No pierda usted el tiempo: relájese con una buena historia de magos o descubra el nuevo enigma de la Magdalena; evádase y olvídese de los problemas, que para solucionarlos ya estamos nosotros. La pega es que, a lo mejor, uno empieza con uno de “esos libros que una persona en sus cabales jamás se compraría”, y descubre sorprendido que no resulta tan difícil y oscuro; que le interesa y le “engancha” porque dice cosas razonables; que siente que no le tratan como a un idiota; que le interpelan, que le obligan a reflexionar, aceptar o disentir, a discutir razonadamente, a compartir ideas con otros irresponsables que también han leído libros similares, a cuestionar ese orden inamovible que nos dicen que es el único viable… ¡Por favor, detengámonos! ¡Es demasiado peligroso! ¿No sería mucho mejor que el gobierno venezolano patrocinase un concurso de ideas para crear una nueva bebida tropical o que instaurase unos juegos florales que premiasen las mejores exaltaciones del entrañable Caribe? Eso sí que serían empresas productivas y que interesan a la gente. Señor embajador, perdone la ironía. Y sigan –sigamos– navegando contra corriente.