Se llama capitalismo a un sistema económico en el que todos los bienes y servicios pueden ser medidos, comprados y vendidos con dinero y en el que la propiedad privada de los bienes de consumo y los medios de producción está garantizada por la ley. La propiedad privada, el dinero y el mercado libre son, pues, sus tres bases. Hubo diferentes clases de capitalismo: el mercantil, en el que el comercio fue la base de la riqueza, y el industrial, que comenzó a fines del siglo XVIII, en el que el dinero convertido en capital se transformó en un elemento clave de la producción. Ese capitalismo, que generó la mayor explosión de creación de riqueza conocida en la historia, todavía perdura, pero según los economistas está siendo amenazado por dos nuevas clases de capitalismo: el capitalismo totalitario chino y el capitalismo financiero global, llamado capitalismo de casino.
En el capitalismo productivo o industrial habría tres factores en la creación de la riqueza: el trabajo, el capital y la renta. Una fábrica no funciona sin trabajadores; a ellos corresponde parte de la riqueza producida con el cobro de sus salarios, y otra corresponde a los propietarios de la misma, que cederán una parte a quienes le prestan el capital necesario para producir. Se distingue por ello el capital productivo del financiero, que sería el de los bancos. El capital productivo crea, compra y vende mercancías; el capital financiero sólo compra y vende dinero. En el primero de ellos los beneficios suelen ser menores y requieren su tiempo, mientras que en los mercados financieros los beneficios pueden ser astronómicos y casi instantáneos.
Desde el siglo XIX se vio que las rentas del capital y el trabajo eran antagónicas: si ganaban más los obreros, ganaba menos el patrón y viceversa. Marx creyó que, por una ley económica, los obreros irían ganando cada vez menos y por eso moriría el capitalismo. En eso se equivocó. En el siglo XX el capitalismo pudo crecer gracias al aumento de los salarios de los trabajadores, que son a su vez consumidores. Henry Ford decidió pagar a sus obreros el astronómico salario de 5 dólares diarios cuando se convenció de que esa sería la única manera de que ellos mismos compraran su modelo T. El capitalismo renació creando la sociedad de consumo: se producirá más porque se podrá consumir más con buenos salarios.
Pero la situación ha cambiado. Hoy en día se dice que la economía sólo puede funcionar con salarios bajos, aunque se frene el consumo. Si lo que se produce se destina a un mercado exterior eso no importaría. Eso es lo que ocurre en el capitalismo totalitario chino, con sus salarios medios de unos 100 euros, sin libertad sindical, política ni de expresión, con una industria depredadora del medio ambiente, gracias a lo cual se crece a un ritmo disparatado y se acumulan ingentes beneficios que se invierten fuera del país. Este es un nuevo modelo de capitalismo que algunos empresarios desean y que funciona mientras otros países tengan salarios que permitan consumir la riqueza creada en China, colapsándose cuando todos los trabajadores del mundo sean igual de pobres.
Unido a él está el capitalismo de casino que sólo compra y vende dinero a nivel global y a velocidad de vértigo gracias a internet y al mercado continuo. En él, el capital no tiene patria ni principios, sólo busca beneficios instantáneos. Da igual comprar bonos basados en hipotecas basura que deuda pública, moneda de distintos países o futuros del petróleo o los alimentos. Sus inversores son cosmopolitas que se mueven en un mercado tan complejo que necesitan ser asesorados por las agencias de calificación que sólo dicen dónde es mejor invertir en cada momento. Eso es a lo que nuestros políticos llaman “los mercados”, a los juegos de especuladores internacionales que han convertido la economía en una ruleta rusa, que están consiguiendo poner de rodillas a los gobiernos del mundo y que acabarán por darle la razón a Marx y a Lenin, ya que con su avaricia conseguirán acabar con el capitalismo, gracias a esa macrocrisis financiera global que Lenin gustaba imaginarse cuando estaba ilusionado.
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José Carlos Bermejo, catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Santiago, ha publicado en varias ocasiones en Ediciones Akal. Su último libro es La maquinación y el privilegio.