Loreto Casado
Un siglo ha transcurrido desde la publicación del Manifiesto del surrealismo de André Breton en 1924. Considerada fecha oficial de la constitución del movimiento, muchas han sido, están siendo, las conmemoraciones en torno a lo que fue la última aventura intelectual, política y espiritual del siglo xx.
Las manifestaciones culturales a que vamos asistiendo (congresos, escritos exposiciones) presentan fundamentalmente la experiencia surrealista en su desarrollo artístico y filosófico. El libro que aquí se presenta ha pretendido subrayar el espíritu de la formulación de un proyecto que iba a cuestionar todos los planteamientos vitales del ser humano en relación con el mundo: realidad social, cultural, individual, psicológica y política en un periodo histórico que se sitúa entre las dos guerras mundiales. 1924 es el año de las grandes fusiones iniciales, sus contradicciones y sus dificultades: el hombre y el escritor, el individuo y el grupo, el sueño y la realidad, la literatura y la acción, el presente y la historia.
El escrito de Breton nace de una iniciativa de carácter antes que nada literario, a pesar de que su primera intención fuera condenar la literatura como forma de expresión de una cultura cuyos valores eran destructivos de la condición humana en el desarrollo de su libertad. En su ruptura con todos los parámetros establecidos, la escritura del texto intenta romper dichos moldes practicando la teoría, la poesía y un programa de acción en torno a la definición del proyecto. Esto en su momento condicionó su comprensión y su lectura, así como la asimilación de lo que podía entenderse por «surrealismo». Por ello una nueva traducción era necesaria, una nueva versión que allanara la dificultad del acceso a su contenido, que facilitara su legibilidad. Pero también, y en esa misma idea, su comentario debía ordenarse en torno a la información sobre los aspectos más arduos tratados en el mismo (el pensamiento y el sueño desde su vinculación al inconsciente, su consecuencia en una idea de la revolución) y acompañar al lector en la descripción de un recorrido que se prolonga hasta finales de los años sesenta del pasado siglo.
Por supuesto que se aborda la actualidad o inactualidad del surrealismo cien años después a través de la incorporación de nuevos temas de reflexión en una época: el lugar de la mujer, el componente internacional o la propia crítica de la ideología surrealista en el seno del colectivo a lo largo de los años, algo que está presente desde el principio, pero que se muestra menos destacado en función de la «puesta en práctica» perseguida prioritariamente.
Por situar sobre todo el valor del proyecto en su momento inicial, su arranque, su impulso, con la fuerza y desafío que ello suponía, he querido recurrir a los testimonios más cercanos, empezando por el propio Breton, hoy día un tanto desplazado en cuanto «papa del surrealismo». Pero ¿qué se considera hoy «surrealismo»? Cien años después, el surrealismo parece identificarse más que nada con las artes plásticas o visuales. Apenas se evocan las cuestiones decisivas en relación con el lenguaje o se menciona la filiación cultural y política que está en la base de una necesidad de cambio y revolución total. Apenas se evoca lo que decían aquellos que vivían directamente lo que estaba sucediendo, que fuera en París o en otras geografías.
Este libro ha querido escuchar esa palabra que, junto a otros discursos, intenta elevar el tono de la realidad en los tres ámbitos en que un ser humano nuevo debe moverse: la libertad, el amor y la poesía.
Sin duda, como dice el Manifiesto, la empresa suponía adentrarse en caminos peligrosos. A muchos les costó la vida o el equilibrio mental. Esta lectura ha querido rendir homenaje a esos compromisos y una invitación a recordar ese momento excepcional y los horizontes que abrió, más necesarios que nunca, un siglo después.