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Miguel Martínez: «Lo que los soldados escribían cuestionaba estas lealtades y era problemático para el imperio»

Pascual Serrano

En el poema “Preguntas de un obrero ante un libro”, Bertolt Brecht escribe:

“(…)
El joven Alejandro conquistó la India.
¿Él solo?
César venció a los galos.
¿No llevaba consigo ni siquiera un cocinero?
Felipe II lloró al hundirse
su flota. ¿No lloró nadie más?
Federico II venció la Guerra de los Siete Años.
¿Quién la venció, además?
(…)”

Conocemos a los líderes militares que encabezan las guerras y las batallas, pero la historia deja para el olvido a los soldados sencillos. En contra de lo que muchos pensábamos era frecuente que soldados españoles de la Edad Moderna supieran leer y escribir, de modo que existieron muchas cartas y escritos donde ellos expresaban sus sentimientos, emociones y vivencias de la guerra.

Recoger esos textos puede ayudar a responder a esas preguntas de un obrero ante un libro, y de todos nosotros, que queremos saber algo más de lo que dice la historia sobre lo que pasaba en el frente.

De eso trata el libro “Las líneas del frente. La escritura de los soldados en la Edad Media”.  En este trabajo, el doctor en Estudios Hispánicos Miguel Martínez, que desarrolla su trabajo como profesor en la Universidad de Chicago, nos ofrece esa otra historia tal y como la contaron sus protagonistas, los soldados, esos hombres comunes que no salen nunca en los libros de historia.

De esa tropa y de su libro, va esta entrevista. Ahora somos nosotros los obreros que preguntamos sobre las hazañas históricas, preguntamos al libro y al autor.

Su libro recoge las cartas o textos de los soldados durante la Edad Moderna, sin duda son documentos excepcionales al tratarse de la soldadesca, no de la cúpula militar, sin embargo, supongo que, en aquellos tiempos, pocos sabrían escribir, entiendo que hay un cierto sesgo cultural, los soldados más humildes, los más pobres, no escribían. Por otro lado, hay un dato que usted da y que me impresiona, dice que la alfabetización es más alta entre los soldados que entre los civiles. ¿A qué se debe? ¿No eran los más pobres los que iban a la guerra?

La sociología de los reclutas en la Edad Moderna es compleja, pero sí, en su mayoría eran hombres jóvenes pobres. Es verdad que las altas tasas de alfabetización en la milicia pueden sorprender: entre los hombres de Cortés menos del diez por ciento eran nobles, pero alrededor del 75 por ciento sabían leer y escribir. Y las cifras son similares para otras campañas del Nuevo Mundo. También sabemos que hacia mediados del siglo XVII, siete de cada nueve soldados podían firmar sus testamentos en Madrid.

Hay una explicación. En primer lugar, los soldados eran hombres, y el género es un factor aún más importante que la clase para explicar quién sabía leer y escribir y quién no en la Edad Moderna.

Por otro lado, I. A. A. Thompson mostró hace años que la mayoría de los reclutas venían de entornos urbanos, donde las tasas de alfabetización, incluso entre las clases populares, eran sensiblemente más altas que el campo.

Otros historiadores han hablado de una revolución educativa en el siglo XVI que dio acceso a mucha gente común a la instrucción básica. Finalmente, en el libro argumento que muchos otros aprenderían a leer ya en el ejército. 

Tu libro rompe el tópico histórico de la sintonía entre las letras y las armas, es decir, esos nobles soldados entregados con su arma y su pluma a la misma causa ¿Cuánto de cuestionamiento de la guerra que están protagonizando se percibe en sus escritos?

Sí, así es. Hay un relato historiográfico muy poderoso en torno a la idea del poeta soldado que, “ora la espada, ora la pluma”, como dice Garcilaso de la Vega, sirve al rey y a Dios en el campo de batalla y con la escritura. De hecho, la propia idea del “Siglo de Oro” se basa en esta conjunción perfectamente armoniosa de historia política e historia cultural. Pero en realidad lo que los soldados escribían muchas veces cuestionaba la solidez de estas lealtades. Sus historias eran a menudo problemáticas para el imperio. El libro argumenta que la escritura soldadesca era casi siempre bizarra, atrevida, amotinada, en contraste con las imágenes más estereotípicas de la literatura militar.

El libro ofrece, además, a una reevaluación de la ubicación social del Siglo de Oro español. Frente a esa idea que comentas de la nobleza de letras y armas, argumento que es imposible entender la creatividad cultural del periodo sin tener en cuenta la apropiación de ciertas prácticas e instituciones literarias por parte de las clases subalternas, incluidos los soldados.

En esos escritos podrás deducir por qué esos soldados iban a la guerra. ¿Eran obligados o voluntarios? En el segundo caso, ¿qué les motivaba?

Las formas de reclutamiento cambian a lo largo de los siglos XVI y XVII, pero podemos decir que durante la mayor parte del tiempo el alistamiento fue voluntario. Y cuando se forzaron las levas, el Estado encontró una enconada resistencia entre la mayor parte de la población, como mostró Ruth Mackay.

La principal motivación para alistarse era el sustento. Cuando don Quijote se encuentra a un muchacho que va a la guerra, en el capítulo 23 de la segunda parte, el chaval va cantando “A la guerra me lleva / mi necesidad, / si tuviera dineros / no fuera, en verdad”. La máquina militar de los Habsburgo siempre necesitaba reclutas y era una forma rápida de encontrar empleo o de sustentarse mediante el pillaje. A menudo recibían un adelanto en el momento del alistamiento. Alonso de Contreras, por ejemplo, deserta justo después de alistarse, y lo justifica ante su superior diciéndole «que no era amigo de pelear». Hay otras razones, sin embargo: el deseo de ver mundo o de disfrutar de la libertad, para ciertas cosas, que venía con la vida militar.

¿No existía ninguna censura por parte de sus superiores, que revisaran sus cartas? Observo que hay textos muy críticos, que relatan motines o riñas.

Muchos de los soldados curiosos tuvieron en efecto problemas serios con la autoridad militar, religiosa o civil, a veces por su comportamiento, pero también por su escritura. Jerónimo de Pasamonte vio cómo el manuscrito de su autobiografía era requisado por la Inquisición, por sospechas de herejía. Miguel Piedrola, que se hizo famoso en la segunda mitad del XVI por sus atrevidas profecías políticas, fue acusado también por la Inquisición de sedición contra el rey y de «usurpador del oficio divino y celestial».

Soldados escritores como Diego Suárez Montañés o Alonso de Contreras sufrieron cárcel o persecución judicial por haber liderado motines y levantamientos. Las voces de muchos soldados que escribieron se vinculaban a menudo a la indisciplina, el motín y el desorden social.

Otra duda que me surge es ¿quién les leía esos escritos y en dónde les leían?

En muchos casos, otros soldados. Y a menudo, en la guerra. El libro argumenta que los soldados curiosos lograron armar una especie de república de las letras en el seno de la milicia que facilitó la producción, circulación y consumo de materiales literarios.

Los propios sistemas logísticos militares, como el Camino Español a Flandes, o la flota de Indias, eran avenidas para la distribución de los textos de los soldados curiosos. La Araucana (1569-1589), por ejemplo, un poema épico escrito por Alonso de Ercilla en la guerra de Chile contra los mapuches, se reimprimió repetidas veces en los Países Bajos en un momento en que llegó a haber 67.000 hombres de servicio en la Guerra de Flandes.

Por seguir con el mismo ejemplo, algunos veteranos de Chile usaron los versos de La Araucana, donde salían mencionados, como prueba de sus servicios. A pesar de que los soldados curiosos se leían entre ellos, el mismo poema de Ercilla, un clásico instantáneo, es la mejor prueba de que muchos textos soldadescos también lograron salir de ese circuito militar.

¿Qué cree que pretendían esos soldados cuando escribían? ¿Influir en el poder, denunciar su situación, pasar a la posteridad o alcanzar la gloria?

Todo ello, sí. La posteridad y la gloria son un factor importante: para «los que moriendo vivimos», como expresó el dramaturgo Bartolomé Torres Naharro, que seguramente fuera veterano de guerra, dejar una huella escrita de quiénes eran debe haber sido un impulso especialmente apremiante.

El deseo de dejar una huella en la memoria de sus sociedades mediante la publicidad de la escritura, implicaba, en cierto modo, una segunda y tal vez más trascendente forma de sobrevivir.

Pero también, en efecto, muchos textos denunciaban las condiciones miserables en que servían los proletarios de la guerra, como hacían algunos romances y coplas anónimas escritas por soldados de Flandes o un soneto del soldado poeta Andrés Rey de Artieda en que básicamente llama verdugo al rey, entre muchos otros.

Las acciones de los soldados comunes (entre ellas la escritura) muchas veces revelan los límites de las lógicas militaristas y expansionistas de los imperios de la Edad Moderna y fuerza a los Estados a reconsiderar la política exterior.

Yo me pregunto si en la actualidad alguien se interesaría por lo que escribieran los soldados. O quizá en estos tiempos de pantallas ya no existe esa escritura.

La escritura de los soldados tiene una larga historia y por supuesto siguen escribiendo. Es célebre la poesía escrita por soldados en la Primera Guerra Mundial. En EEUU, los veteranos de Vietnam que en gran medida lideraron las protestas contra la guerra se sirvieron de imprentas clandestinas y de la rica oralidad de las historias bélicas de los veteranos. Las guerras de Irak dieron lugar a una gran literatura escrita por soldados. Y acabo de leer unos poemas recién traducidos al inglés del poeta soldado ucraniano Artur Dron y publicados en la web literaria Literary Hub (29 de julio de 2024).

Más cerca de casa tenemos el ejemplo del teniente Luis Gonzalo Segura, publicado también por Akal. La voz de los soldados, que basa su legitimidad en la propia práctica de la guerra y en el testimonio personal, suele disponer de gran fuerza y autoridad. 

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