Pascual Serrano
El 30 de marzo de 1917, en algún lugar de Francia se busca a Angelo Garand, un hombre de etnia gitana que cumple condena por varios robos cometidos sin violencia y que no ha regresado a la cárcel tras finalizar un permiso de salida. Mientras que el hombre visita a sus padres en la casa familiar en el campo, una unidad de élite de la Gerdarmería Nacional, lo que vendría ser la Guardia Civil española, fuertemente equipada y armada, pone en marcha una importante operación para localizarlo, y lo encuentran oculto en un cobertizo, donde lo abaten a tiros.
A partir de entonces se confrontan dos versiones. Los agentes afirman haber sido atacados por él con una navaja y que se han visto obligados a disparar en legítima defensa. La familia asegura que, esposados y obligados a permanecer en el suelo encañonados, los disparos se producen contra Angelo solo unos segundos después de entrar los agentes en el cobertizo y que no escucharon ni advertencia ni forcejeo.
Se inicia la correspondiente investigación y tanto la gendarmería, como el fiscal, como el juez de instrucción llegan a la conclusión de que la versión policial es la veraz y el caso es sobreseído. Los gendarmes actuaron adecuadamente y no habrá juicio contra ellos.
El suceso no merece atención alguna en los medios nacionales, solo es un delincuente de poca monta muerto en un enfrentamiento con la policía en una zona rural. La única noticia se da en la prensa local para reproducir la versión de los gendarmes.
La familia del fallecido continúa su vía crucis judicial y, en este momento, se encuentra en el Tribunal de Europeo de Derechos Humanos.
Mientras tanto, el sociólogo Didier Fassin recibe un correo electrónico de un colectivo creado para reclamar justicia por la muerte de Angelo Garand. Nunca había oído hablar del caso ni conocía a las tres firmantes. Tres mujeres que le cuenta brevemente la trágica historia y muerte de un hombre de treinta y siete años, hermano de una de ellas. Las mujeres le dicen al sociólogo que habían leído alguno de sus libros y le piden que participe en un coloquio destinado a acabar con la violencia del Estado, según las palabras del correo.
Fassin comienza a interesarse en el caso, al fin y al cabo, esta historia trata precisamente el mismo tema que sus libros anteriores: la voluntad de castigar y la desigualdad de las vidas. Era la oportunidad de, sobre el terreno, conocer la realidad mundana de su estudio.
Realiza doce entrevistas a los hombres y a las mujeres protagonistas. Logra acceder a la documentación del caso: los testimonios recogidos por la policía, las actas de los interrogatorios, los informes de autopsia, balística y toxicología.
Es evidente que se enfrentaba a dos versiones opuestas e incompatibles de los sucedido. Según sus propias palabras, “al menos una de ellas es errónea y posiblemente incluso falsa”. La justicia se ha decidido por una de ellos, pero la justicia no trata a todos los individuos por igual ni se da el mismo crédito a todas las palabras, sobre todo cuando están implicadas las fuerzas policiales por un lado y grupos marginales por otro.
De toda esta investigación, o mejor dicho, contrainvestigación, nace este libro de Didier Fassin, ‘Muerte de un viajero’. El término “viajero” es la traducción de de “gens de voyage”, con el que en Francia se identifica a los romaníes, a quienes se les denomina viajeros, en francés voyageurs.
Como aclara el autor, “no se trataba de considerar que la versión de la familia era más veraz que la versión de los gendarmea, que era también la versión de los jueces, sino de elaborar un relato independiente de todo vínculo institucional, de toda afinidad profesional y, en la medida de lo posible, también de todo prejuicio”.
Fassin lo relaciona con la novela ‘A sangre fría’, de Truman Capote, donde también se presenta un relato de no ficción sobre un crimen. Sin embargo, Capote lo hace a partir de un sumario de hechos demostrados, en cambio Fassin debe hacerlo a contracorriente -contrainvestigación- de la versión oficial del juez. Más bien yo lo compararía con la obra “Operación Masacre”, de Rodolfo Walsh, donde el autor argentino debe desentrañar unos fusilamientos del Estado con todo en contra al desarrollarse bajo un dictadura.
El resultado es un libro, el mismo autor así lo señala, “en el que su presentación de los hechos en forma de relatos subjetivos pertenece al género literario, la forma en que se desarrolla la investigación recuerda cierta práctica periodística, y la reconstrucción de la instrucción del caso evoca sin duda al formato judicial”.
La conclusión es clara y este libro nos ayuda a comprenderlo: “las decisiones tomadas por los tribunales reflejan las relaciones de poder y de desigualdad que están presentes en el seno de la sociedad y tienen implicaciones no solo en la forma en que unos son condenados y otros son absueltos, sino también en el modo en que se representan los mundos sociales, en este caso es de los gendarmes y el de los viajeros”.
Porque es indiscutible que existen jerarquías de credibilidades, no todos los testimonios son igual de considerados porque se sufre el sesgo de la valoración o infravaloración de cada colectivo.
Sin duda, Muerte de un viajero, es un buen comienzo para inaugurar la colección Ágora Teoría, una nueva colección de Akal donde, en palabras de sus director, José Luis Moreno Pestaña, se pretende publicar libros para gente que delibera sobre lo que nos ocupa y nos preocupa, y, sobre todo, “preguntar sobre aquello de lo que no se habla, o quienes no hablan”. Por ejemplo, cómo murió Angelo Garand.