¿Y si todo este tiempo hubiéramos estado errando el tiro? ¿Y si, en el fondo, desconociéramos la realidad del capitalismo feroz y la sociedad en que vivimos? Imaginemos que el capitalismo no fuera meramente un sistema de explotación por parte de aquellos que poseen los medios de producción sobre aquellos que solo tienen sus manos y pies, sus cuerpos y mentes, su capacidad de trabajo. Supongamos, por un momento, que el capitalismo es algo muy distinto y que el marxismo hubiera resultado yermo.
Desengañados por el tiempo perdido y el derroche de fuerzas, veríamos en el marxismo un brindis al sol; en la lucha de clases, algo que se movería entre la batallita senil y la pataleta pueril; y en las herramientas de clase para combatir el capital, juguetes con los que habríamos pasado el tiempo entretenidos mientras todo seguía igual. Estas dudas, de que el monstruo del capitalismo es imbatible y la utopía, inalcanzable, serían certezas: un golpe muy difícil de encajar.
Con un puño al aire que, de revolucionario, habría pasado a ser incriminador, culparíamos a Marx por no habernos explicado qué se esconde, en realidad, detrás del capitalismo. Pero al inculparlo de tal delito, nuevamente habríamos fallado el tiro: en la obra de Marx, aunque no lo supiéramos, la respuesta a qué es el capitalismo no se reduce al entorno económico. Es preciso realizar (no solo en el sentido de llevar a cabo, sino también en el de hacer real, en el de dotar de realidad) una nueva lectura de Marx, tal como hace Clara Ramas en su Fetiche y mistificación capitalistas. La crítica de la economía política de Marx. En el libro, la autora consigue dos objetivos: por un lado, denuncia la reducción economicista a la que se ha sometido el pensamiento del autor de El capital (el capitalismo no es solo un sistema económico); y, por el otro, sitúa el foco sobre la tergiversación y ocultación de la realidad como condición de posibilidad del capitalismo, dándole el carácter de fundamento del edificio teórico de Marx.
El capitalismo, de manera imperceptible para el ojo común, es capaz de transfigurar la realidad a través de dos mecanismos, el fetiche y la mistificación. El primero es el producto de una inversión (en el sentido de dar la vuelta) de un sujeto en un objeto, o de un objeto en un sujeto. Parece complejo, pero con un par de ejemplos se simplifica la cuestión. Un empleado de una gran empresa de coches deja de ser un sujeto en la empresa para incluirse en la columna de gastos fijos de la hoja de contabilidad junto a los tornillos, chapas, ruedas, motores y el resto de objetos que configuran la cadena de producción; esto es, un sujeto pierde sus cualidades de sujeto y llega a ser un objeto. Una camiseta deja de ser un objeto cuando posee la capacidad de generar relaciones sociales entre las personas, ya que no puedes llevarla de la tienda sin cumplir la obligación social de pagarla, ni comprarla sin que alguien, al otro lado del mundo, la haya cosido; un objeto adquiere las cualidades de un sujeto para dejar de ser objeto. La realidad no es lo que parece, ni el empleado va al trabajo ni el consumidor compra una camiseta.
El segundo mecanismo, la mistificación, es esa inversión que se produce sobre el origen de algo o, dicho de un modo mucho más coloquial, como si mágicamente una pera nos dijera que procede de un manzano. El ejemplo en nuestra realidad social podría ser la creencia en que el capital puede generar valor por sí mismo: participar en una determinada operación financiera no supone que el dinero invertido genere más dinero, que genere valor, es decir, el dinero no suda, sino que ese valor añadido procede del trabajo de un asalariado a quien se ha expropiado parte de su trabajo. Otra vez, la realidad no es como la percibimos, y falsificación tras tergiversación, inversión tras ocultación, el capitalismo va engordando y afianzando el terreno ganado, incluso para hacernos creer que hemos errado el tiro y que no hay más ideología válida que la suya.
El capital es un monstruo omnipotente, pero con puntos flacos; aquellos ideales de justicia social, igualdad y libertad en que creemos son una utopía, pero una utopía realizable. Solo tenemos que abrir los ojos para reencontrarnos con Marx.
Fetiche y mistificación capitalistas
Cuando compramos en el supermercado rara vez nos paramos a pensar que no estamos adquiriendo un objeto o producto sin más, sino un cristal solidificado de la fuerza de trabajo de otras personas. Esto, que Marx denominó el «fetichismo de la mercancía», aparece en paralelo con otro fenómeno que impregna toda la sociedad moderna, la «mistificación del capital». «¡Pon tu dinero a trabajar!, ¡haz que tu dinero trabaje para ti!» nos venden los bancos para que juguemos a ser capitalistas, como si el dinero, mágicamente, creara más dinero.
Como bien denunció Marx, la realidad capitalista es opaca: un mundo invertido y encantado. En Fetiche y mistificación capitalistas, Clara Ramas analiza hasta qué punto ambos conceptos constituyen el núcleo de la crítica de la economía política que Marx formuló en El capital. A partir de estos cimientos, Ramas propone un umbral desde el que asomarse al capitalismo y a la Modernidad, y muestra una novedosa lectura que acierta a conjurar la miopía de la ortodoxia y a comprender de un modo más fidedigno el singular quehacer filosófico y crítico de Marx.
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