El mundo tiene más de 8.000 millones de personas, pero solo 3.000 familias concentran el 13% del Producto Interior Bruto (PIB) mundial, por lo que tienen en sus manos unos 14 billones de dólares, según datos de Oxfam.
En España, según Forbes, el patrimonio de las 100 familias más ricas en 2023 ascendía a los 200.000 millones de euros, lo que supuso un enriquecimiento del 37% respecto al año pasado. Mientras, el 26,5% de la población española (13 millones de personas) está en riesgo de pobreza o exclusión social, y el 50% de los hogares tiene dificultades para llegar a fin de mes. Estos números, que muestran una insultante desigualdad, se suelen difundir con frecuencia. Lo que se hace menos es contar quiénes son estos multimillonarios, cómo consiguen su dinero, qué relación tienen entre ellos y, algo que es muy importante, cómo influyen en los que gobiernan cuando son elegidos y, antes, en conseguir que sean elegidos.
El discurso con el que nos machacan es el de hombres y mujeres emprendedores, familias con generaciones dándolo todo por una empresa que es toda su vida. Y, por supuesto, el mérito. El mérito de sus cachorros para conseguir seguir siendo multimillonarios con el dinero de sus padres.
Una de las cosas que más nos llamó la atención es que estos «emprendedores», cuando se desenvuelven en países cuyo gobierno no es de nuestra simpatía política (Rusia, Venezuela, China), pasan a llamarse «oligarcas», «caciques», «plutocracia».
En los libros especializados en política comprobé que se llama y llamamos «oligarcas» a unas personas de Rusia cuando se trata de «magnates empresariales que controlan recursos suficientes para influir en la política nacional». Las condiciones son que utilicen tácticas monopolísticas para dominar una industria, que posean suficiente poder político para promover sus propios intereses y que controlen múltiples empresas, que coordinan intensamente sus actividades.
Es evidente que de esos tenemos algunos en nuestro país, y así surgió este libro, Oligarcas. Los dueños de España. Ahora podemos repasar qué individuos cumplen los requisitos de oligarca si fuera ruso y, sorpresa, descubrimos que son esos modelos de emprendedores que tanto admiran políticos y portadas de periódicos y revistas.
Este nuevo libro de la colección A Fondo lo ha escrito Fonsi Loaiza, el periodista ya conocido y reconocido en esta editorial por sus anteriores éxitos en sus trabajos e investigaciones sobre el fútbol. Es evidente que meter el dedo en el ojo de los oligarcas, como se hace en este trabajo, solo lo podía llevar a cabo un periodista valiente como él. Valiente y riguroso dando los números, y valiente dando los nombres.
Nombres que, cuando aparecen en la prensa, es para contarnos que logran que sus empresas triunfen por el mundo, que crean muchos puestos de trabajo o que hacen donaciones solidarias desde sus fundaciones. Pero en este libro se descubren cosas muy diferentes de Amancio Ortega, Ana Botín, Juan Roig, Florentino Pérez o Rafael del Pino. O de las familias March, Koplowitz, Masaveu, Abelló… y otros apellidos que también les sonarán bastante, como los Franco Martínez-Bordiú y los Borbones.
En estas páginas encontrará cómo defraudan a Hacienda (33 millones de pago por impuesto de patrimonio fue una de las condenas, 9,4 millones la de otro) u operan para que sus clientes no paguen (creando 680 entidades offshore en Panamá para ellos), cómo explotan a sus trabajadores (el empleado de una de las empresas necesitaría 450.000 años para ganar el patrimonio del oligarca) o subcontratan mano de obra esclava en el Tercer Mundo (33 talleres clandestinos subcontratados en Brasil). Cómo construyeron sus emporios a la sombra del franquismo (declarando la empresa del oligarca como de interés preferente en la industria cárnica y el monopolio de la exportación), cómo han comprado políticos y gobernantes para lograr que hagan las leyes a su medida o se vayan de rositas cuando las violan. Hasta bautizan las sentencias dictadas expresamente para ellos con su nombre («doctrina Botín»).
Si bien es verdad que ya sabíamos que los muy ricos eran esos que cita, y que las cifras de su fortuna ya las imaginábamos, en estas páginas encontrarán algunas sorpresas y pautas de comportamiento. Por ejemplo, comprobaremos todos los vasos comunicantes entre las familias de oligarcas. Intercambios de accionariado entre sus empresas, y también de fluidos, porque tienen hijos fruto del emparejamiento de miembros de las mismas. «Dios los cría y ellos se juntan», dice el refrán. El dinero siempre se va con el dinero.
Y otro detalle que Loaiza investiga con precisión: la connivencia entre política y oligarcas. Los ciudadanos creemos que elegimos a los gobernantes y legisladores, pero este libro nos descubre que eso es irrelevante. Aquí comprobaremos la asistencia de esos políticos a ágapes, bodas y demás invitaciones de los oligarcas (nueve ministros del Gobierno de Pedro Sánchez acudieron simultáneamente a una de estas invitaciones), la concesión de contratos públicos a sus empresas (durante 25 años, los oligarcas constructores se repartieron ilegalmente las concesiones públicas de obras), la instalación de oficinas bancarias del oligarca en los edificios de todas las universidades públicas o incluso subvenciones y ayudas a fondo perdido (590 millones de pesetas de fondos europeos en 1989).
Todos estos favores se devuelven perdonando deudas de los partidos con el banco del oligarca, con donaciones directas a los partidos o al rey emérito para su regularización fiscal, o con nombramientos como altos cargos de esas empresas cuando dejan la política (políticos de UCD, PSOE y PP terminaron en los consejos de administración del banco de uno de los oligarcas, junto con algunos abogados del Estado).
Uno llega a la conclusión de que ellos se lo guisan y ellos se lo comen, por mucho que nosotros votemos. Si hasta volvimos al trabajo después de la pandemia a los pocos días de que lo «pidiera» una oligarca bancaria.
Mientras los «mortales» pagamos impuestos y reciclamos para salvar el planeta, los oligarcas evitan a Hacienda con su ingeniería fiscal y vierten toneladas de CO2 a la atmósfera desde sus jets privados. En los medios de comunicación nos presentan a sus hijos, herederos multimillonarios, como jóvenes emprendedores y ejemplos de meritocracia. No olvidemos que algún directivo de un grupo de comunicación fue consejero de la constructora de un oligarca, amigo de otra banquera oligarca y del jefe del Estado, de familia oligarca, e imputado por financiación ilegal a un partido político gobernante. El círculo perfecto.
Un oligarca bancario compró un día en 2015 todas las porta- das de ABC, La Razón, El Mundo, El País, La Vanguardia, El Periódico y 20Minutos. En realidad, ese día fue solo el único que nos dimos cuenta.
Estas familias, como la banca, siempre ganan. Cuando gana un partido político o cuando gana otro, cuando llega una pandemia o sin pandemia, cuando se sobreviene una crisis económica o cuando la economía funciona bien. Estoy seguro de que, si mañana se desencadena una guerra atómica, lograrán también hacer negocio.
No acaban aquí los descubrimientos de este libro. Si alguno piensa que nuestros multimillonarios tienen algún tipo de orgullo o sentido patrio, se equivoca. Algunos logran permisos de la UE para recoger nuestros datos y después trabajarán para el Pentágono.
Los oligarcas no dudan en llevarse sus empresas fuera de España si creen que así pueden pagar menos impuestos, y, por supuesto, también sus fortunas (21 filiales en paraísos fiscales tiene alguno y 585 millones de euros de impuestos «esquivados»).
Y todavía más, tampoco dudan en vender su país. De hecho, como también revela Loaiza, los fondos buitres estadounidenses controlan ya noventa mil millones de acciones en empresas del Ibex. BlackRock tiene control total o parcial en Banco Popular, ACS, Iberdrola, Repsol, BBVA, Banco Santander, Caixabank, Banco Sabadell, Red Eléctrica, Enagás, Telefónica, Grifols… Nuestros oligarcas les venden las empresas con la única condición de que los dejen seguir con algunas migajas del accionariado.
Termino confesando que, con Oligarcas. Los dueños de España, me he acordado de Pablo Neruda y de uno de sus poemas de Canto general. En él hablaba de
la dictadura de las moscas,
moscas Trujillo, moscas Tachos,
moscas Carias, moscas Martínez,
moscas Ubico, moscas húmedas
de sangre humilde y mermelada,
moscas borrachas que zumban
sobre las tumbas populares,
moscas de circo, sabias moscas
entendidas en tiranía.
Creo que este libro nos cuenta algo parecido, la dictadura de las moscas húmedas de sangre humilde que zumban sobre las tumbas populares, moscas Ortega, moscas Botín, moscas Roig, moscas Pérez, sabias moscas entendidas en tiranía.
Pascual Serrano