Georges Politzer (1903 – 1942), psicólogo y filósofo marxista, de origen húngaro participa en la fundación de la Universidad Obrera de París en los años 30 donde ejerce como profesor de materialismo dialéctico.
La Universidad Obrera de París (l’Université Ouvrière de Paris) fue fundada en 1932 por un grupo de profesores para enseñar la ciencia marxista a trabajadores manuales y facilitarles un método de razonamiento para comprender el momento histórico que les había tocado vivir y orientar su acción.
En 1940 la ocupación nazi disuelve la universidad. A partir de esa época, Georges Politzer junto a la dirección del Partido Comunista Francés, entra en la clandestinidad para iniciar la Resistencia hasta que es detenido en 1942 por los alemanes, tras lo cual es torturado y posteriormente fusilado en mayo de ese año.
Las lecciones de Georges Politzer fueron impartidas en la Universidad Obrera de París durante los cursos 1935-1937 y posteriormente recogidas por algunos de sus alumnos: Maurice Le Goas redactó los «Principios elementales» y Guy Besse y Maurice Caveing los «Principios fundamentales».
Principios elementales de filosofía
Maurice Le Goas
El presente manual elemental de filosofía que hoy damos a la publicidad son las notas tomadas por uno de los alumnos del profesor Georges Politzer, durante el curso escolar de 1935-1936 impartido por éste en la Universidad Obrera. Para comprender su carácter y sus objetivos, necesitamos primero precisar el propósito y el método de nuestro camarada.
Como se sabe, la Universidad Obrera fue fundada en 1932 por un pequeño grupo de profesores para enseñar la ciencia marxista a los trabajadores manuales y darles un método de razonamiento que les permitiera comprender nuestro tiempo y guiar su acción, tanto en su técnica como en el campo político y social.
Georges Politzer se encargó de enseñar, desde un principio, en la U. O., la filosofía marxista, el materialismo dialéctico; tarea tanto más necesaria cuanto que la enseñanza oficial continúa ignorando o desnaturalizando esta filosofía.
Nadie de los que tuvieron el privilegio de asistir a esos cursos —hablaba todos los años ante un numeroso auditorio en el que se mezclaban todas las edades y todas las profesiones, pero en el que dominaban los obreros jóvenes— olvidará la profunda impresión que todos experimentaron ante ese gran muchacho pelirrojo, tan entusiasta y tan sabio, tan concienzudo y tan fraternal, tan dedicado a poner al alcance de un publico inexperto una materia árida e ingrata.
Su autoridad daba a su curso una disciplina agradable, que sabía ser severa pero sin dejar de ser justa; se desprendía de su persona tal fuerza vital, tal irradiación, que era admirado y querido por todos sus alumnos.
Politzer, para mejor hacerse comprender, comenzaba por suprimir de su vocabulario toda jerigonza filosófica, todos los términos técnicos que sólo los iniciados pueden comprender. No quería emplear más que palabras simples y conocidas por todos. Cuando se veía obligado a utilizar un término particular, nunca dejaba de explicarlo minuciosamente, con ejemplos familiares. Si, durante las discusiones, alguno de sus alumnos empleaba palabras sabias, lo reprendía y se burlaba de él con esa ironía mordaz que tanto conocían todos los que se le acercaron.
Trataba de ser simple y claro, y siempre recurría al buen sentido, sin sacrificar nunca, sin embargo, la precisión y la verdad de las ideas y de las teorías que exponía. Sabía animar extremadamente sus cursos, haciendo participar al auditorio en sus discusiones, antes y después de la lección. He aquí cómo procedía: al terminar cada lección, hacía lo que él llamaba una o dos preguntas de repaso, que tenían por objeto resumir la lección o aplicar su contenido a algún tema particular. Los alumnos no estaban obligados a tratar el tema, pero eran muchos los que se constreñían a hacerlo y llevaban un deber escrito al comienzo del curso siguiente. El preguntaba, entonces, quién había hecho el deber; se levantaba la mano y él elegía a algunos de entre nosotros para leer nuestro texto y completarlo de acuerdo con las necesidades de las explicaciones orales. Politzer criticaba o felicitaba y provocaba entre los alumnos una breve discusión; después concluía sacando enseñanzas. Esto duraba alrededor de una media hora y permitía a los que habían faltado a la clase anterior llenar la laguna y unir lo nuevo con lo que habían aprendido antes; también permitía al profesor apreciar en qué medida lo habían comprendido; insistía, según las necesidades, en los puntos delicados y oscuros.
Principiaba entonces la lección del día, que duraba alrededor de una hora; después los alumnos formulaban preguntas sobre lo que acababa de decirse. Estas preguntas generalmente eran interesantes y juiciosas; Politzer las aprovechaba para fijar con precisión lo explicado y proseguir con lo esencial del curso desde un ángulo diferente.
Georges Politzer, que tenía un conocimiento profundo de su materia y una inteligencia de una admirable flexibilidad, se preocupaba ante todo por las reacciones de su auditorio: en cada clase tomaba la «temperatura» general y verificaba constantemente el grado de asimilación de sus alumnos. Así también lo seguían ellos con un interés apasionado. Ha contribuido a formar millares de militantes y muchos de ellos son los que hoy ocupan puestos «responsables».
Nosotros, que comprendíamos el valor de esa enseñanza y que pensábamos en todos los que no podían oírlo, particularmente en nuestros camaradas de provincia, deseábamos la publicación de sus cursos. Prometía pensarlo; pero en medio de su inmenso trabajo, nunca encontraba el momento de realizar ese proyecto.
Fue entonces cuando, en el transcurso de mi segundo año de filosofía de la Universidad Obrera, donde se había creado un curso superior, tuve ocasión de pedirle a Politzer que me corrigiera unos apuntes y le entregué, a pedimento suyo, mis cuadernos del curso. Los encontró bien hechos y le propuse redactar, según mis notas, las lecciones del curso elemental. Me alentó, prometiéndome revisarlas y corregirlas. Desdichadamente, no tuvo tiempo. Como sus ocupaciones eran cada vez más absorbentes, dejó el curso superior de filosofía a nuestro amigo René Maublanc. Puse a éste en antecedentes de nuestros proyectos y le pedí que revisara las primeras lecciones que yo había redactado. Aceptó complacido y me alentó a terminar ese trabajo que debíamos presentar en segunda a Georges Politzer. Pero sobrevino la guerra: Politzer encontraría una muerte heroica en la lucha contra el usurpador hitlerista.
Aunque nuestro camarada ya no esté para supervisar un trabajo que había aprobado y alentado, hemos creído útil publicarlo. Nuestro amigo J. Kanapa, agregado de filosofía, se ha prestado con mucho gusto a leer y corregir minuciosamente el texto que yo había redactado antes de 1939, de acuerdo con mis notas del curso.
Georges Politzer, que comenzaba todos los años su curso de filosofía en la Universidad Obrera estableciendo el verdadero sentido de la palabra materialismo y protestando contra las deformaciones calumniosas a que algunos lo someten, no dejaba de señalar que la filosofía materialista no carece de ideal y que estaba dispuesto a combatir para hacer triunfar este ideal. Después supo probarlo con su sacrificio, y su muerte heroica ilustra ese curso inicial en el que afirmaba la unión, en el marxismo, de la teoría y de la práctica. No está de más recordar esa devoción a un ideal, esa abnegación y ese alto valor moral en una época en que de nuevo se pretende presentar al marxismo como «una doctrina que transforma al hombre en una máquina o en un animal apenas superior al gorila o al chimpancé» (Sermón de cuaresma en Notre Dame de París, pronunciado el 18 de febrero de 1945 por el R. P. Panici).
Nunca protestaremos bastante contra tales ultrajes a la memoria de nuestros camaradas. Recordemos solamente, a los que tuvieron la audacia de pronunciarlos, el ejemplo de Georges Politzer, de Gabriel Péri, de Jacques Solomon, de Jacques Decour, que eran marxistas y que dictaban cursos en la Universidad Obrera de París: todos buenos camaradas, sencillos, generosos, fraternales, que no vacilaban en consagrar una buena parte de su tiempo a enseñar a los obreros, en un barrio perdido, filosofía, economía política, historia o ciencias.
La Universidad Obrera fue disuelta en 1939. Ha reaparecido, al día siguiente de la liberación, con el nombre de Universidad Nueva. Un nuevo equipo de abnegados profesores, que reemplazan a los fusilados, ha reanudado la obra interrumpida.
Nada puede alentarnos más, en esta tarea esencial, que rendir homenaje a uno de los fundadores y animadores de la Universidad Obrera, y ningún homenaje nos parece más justo y más útil que publicar hoy los «Principios Elementales de Filosofía» de Georges Politzer.
Principios fundamentales
Guy Besse y Maurice Caveing
Principios Elementales de Filosofía, de Georges Politzer, fue acogido calurosamente. Bajo una forma accesible, este libro contiene lo esencial de los cursos dados en 1935-1937 en la Universidad Obrera de París por uno de aquellos que, sin separar jamás la acción del pensamiento, murieron como héroes para que Francia viva.
Maurice Le Goas, alumno de Politzer que recogió sus cursos e hizo posible así su publicación, escribió en el «Prefacio» de Principios Elementales de Filosofía:
Georges Politzer, que comenzaba todos los años su curso de filosofía en la Universidad Obrera estableciendo el verdadero sentido de la palabra materialismo y protestando contra las deformaciones calumniosas a que algunos lo someten, no dejaba de señalar que la filosofía materialista no carece de ideal y que estaba dispuesto a combatir para hacerlo triunfar, y después supo probarlo con su sacrificio; su muerte heroica ilustra ese curso inicial en que afirmaba la unión (en el marxismo), de la teoría y la práctica
Pocos meses después de una decisión ministerial que pretendió rehusar a Georges Politzer el título póstumo de internado resistente (patriota, N. del T.) y la mención «Murió por Francia», el homenaje debido a la memoria de Georges Politzer no podría, menos que nunca, separar al patriota francés del filósofo comunista.
Las balas nazis abatieron a Politzer en un claro del Monte San Valeriano en mayo de 1942; pero la Universidad Obrera, en gran parte obra suya, se continúa en la Universidad Nueva de París, que cada año gana amplitud. De hecho, los Principios Fundamentales de Filosofía que ahora publicamos se apoyan, como la obra original, en experiencia de la enseñanza filosófica impartida a los trabajadores, obreros, empleados, amas de casa, investigadores científicos, maestros, estudiantes, etc., etc., que frecuentan la Universidad Nueva. Es justo, pues, que el libro lleve antes que el nombre de los que lo han redactado, Guy Besse y Maurice Caveing, el nombre de Georges Politzer. Es cierto que estos Principios Fundamentales son mucho más extensos que los Principios Elementales, y disfrutan de las aportaciones con que se ha enriquecido la ciencia marxista durante los últimos años. Pero su inspiración no deja de ser la misma que animaba a Politzer.
La ambición de este libro es la de ayudar a cuantos quieran iniciarse en las ideas maestras de Marx y Engels y de su discípulo más eminente, Lenin. La obra tiene, pues, los caracteres de un manual, dividido en lecciones que se siguen una a una. Los Cursos de Filosofía se dirigen a los trabajadores que utilizan la reflexión teórica, para aclarar su acción militante, política o sindical, por lo tanto, no sorprenderá la abundancia de ejemplos tomados de la vida cotidiana de los que luchan por el pan y por la libertad, por la independencia nacional y por la paz.
Pero, al contrario de una opinión todavía muy extendida, cuando los marxistas hablan de práctica, no lo entienden en un sentido estrecho. La práctica humana es el conjunto de las actividades científicas, técnicas, artísticas, etc., de que el hombre es capaz y que la definen; es toda la experiencia acumulada durante milenios. Sólo puede ser revolucionario aquel que ha sabido asimilar lo mejor de esta experiencia, en beneficio de su acción presente, en favor de la transformación de la sociedad y del mejoramiento de los individuos. Tal es precisamente la tarea de la filosofía marxista; ella expresa, como concepción del mundo, bajo su forma más general, las leyes fundamentales de la naturaleza y de la historia; como método de análisis, da a todo hombre los medios de comprender lo que él es, lo que hace y lo que puede hacer en un momento dado para transformar su propia existencia.
Enteramente consagrado a la filosofía marxista, nos parece que el libro que presentamos debe, por lo tanto, prestar servicios a todos los trabajadores, manuales o intelectuales. Y aunque no ha sido redactado para especialistas, éstos, economistas, ingenieros, historiadores, naturalistas, médicos, artistas, etc., encontrarán en él, sin duda, materia de reflexión.
Los redactores han hecho un esfuerzo para escribir esta obra con el máximo de sencillez y de claridad; han evitado multiplicar los términos técnicos. Pero, al hacerlo así, sólo han recorrido la mitad del camino. El lector deberá franquear pacientemente la otra mitad, sin olvidar ni por un instante —como lo recordaba Marx a propósito de la edición francesa de «El Capital»—, que «no existe camino real para la ciencia». La lectura de las veinticuatro lecciones que constituyen este libro que editamos exigirá, por consiguiente, cierto trabajo y alguna perseverancia.
Si no se comprende alguna página en la primera lectura, no hay que desanimarse. El trabajo será facilitado, sin embargo, si el lector confronta lo que ha leído con su experiencia personal. Así obtendrá el mayor provecho de un estudio seguido con paciencia.