Luis Gonzalo Segura
Putin es Hitler. Esa es la premisa que repitieron una y otra vez los grandes medios de comunicación occidentales desde el 24 de febrero de 2022, día en que Rusia invadió Ucrania. Lo hicieron con el mismo objetivo, paradójicamente, que sostuvo Joseph Goebbels: repetir una mentira hasta convertirla en verdad. Valga como ejemplo el diario El País: «Putin, Hitler y los Estados “de facto”», Pere Vilanova, 25 de febrero de 2022; «Como Hitler con el arma nuclear», Lluís Bassets, 27 de febrero de 2022; «El “esquizofascismo” de Adolf Putin», Jordi Amat, 20 de marzo de 2022; «Putin y las formas de morir de un dictador», de Berna González Harbour, 2 de octubre de 2022; «A los ucranios, que les zurzan», de Javier Cercas, 30 de abril de 2022, o «La razón y el sueño», de Antonio Elorza, de 20 de marzo.
Fue, tal como detallé en La trampa ucraniana, uno de los episodios de desinformación más brutales que han acontecido, algo que ha quedado demostrado, lamentablemente, por los acontecimientos posteriores.
Netanyahu, líder israelí, perpetró poco después, desde octubre de 2023 hasta la actualidad, uno de los episodios históricos más parecidos a la brutalidad nazi: el genocidio y la expulsión de los palestinos de Gaza. En enero de 2024, solo tres meses después del comienzo de la barbarie israelí, habían sido arrojadas más de 60.000 toneladas de bombas en Gaza, el equivalente a tres bombas atómicas como la lanzada en Hiroshima. En noviembre de 2024, la cifra superaba las 85.000 toneladas. Más de 45.000 bombas y misiles sobre una superficie de solo 360 kilómetros cuadrados a razón de más de 500 bombas o misiles al día, más de una cada tres minutos. Para contextualizar semejante horror, basta decir que supera los bombardeos perpetrados durante la Segunda Guerra Mundial en Dresde, Hamburgo y Londres… juntos.
Hace escasos días, Donald Trump, propuso una solución al «problema palestino» muy similar a la planteada por la Alemania Nazi al «problema judío». Así, si estos últimos hablaron de trasladar a los judíos a Madagascar, Trump ha sugerido reubicar a los palestinos en varios países árabes cercanos. Ello, por desgracia, con el beneplácito de millones de israelíes –no pocos descendientes de víctimas del terrible Holocausto– y con la complicidad de gobiernos occidentales y árabes.
Ni Benjamín Netanyahu ni Donald Trump son Adolf Hitler. Afirmarlo sería caer en el mismo ejercicio de desinformación de los medios de comunicación occidentales, pero, desde luego, son dos de los líderes que más cerca se encuentran en la actualidad del tétrico dictador nazi. Siendo esto una obviedad contrastada, examinar lo que han dicho los analistas y medios occidentales acerca de Netanyahu o Trump en comparación con lo que han afirmado de Putin sonroja y desnuda a demasiados.
Obviamente, Putin no es Hitler ni está cerca de parecerse a él, ni la invasión de Ucrania, por criminal u horrenda que sea, que lo es, se parece en nada a ninguna invasión llevada a cabo por la Alemania nazi. Los hechos, además, ponen de manifiesto que Putin jamás ha tenido como objetivo, a diferencia del Gobierno israelí de Netanyahu, el exterminio de los ucranianos o su aniquilación, por muchos crímenes de guerra que se hayan perpetrado en Ucrania, que se han perpetrado, por ambas partes. Por el contrario, y para nuestra desgracia, lo que sí demuestran es que algunos medios de comunicación occidentales no distan tanto de la propaganda de la Alemania nazi como demasiados creen.
Luis Gonzalo Segura es ex teniente de las Fuerzas Armadas españolas. Es autor de los libros La trampa ucraniana. El relato occidental a examen, El Ejército de Vox (2020), En la guarida de la bestia (2019) y El libro negro del Ejército Español (2017).