David Frayne
En una era de abundancia material, parece que hay una problemática disparidad entre nuestro deseo de buena vida y el foco más estricto del capitalismo en la expansión constante de la producción y el consumo. Lo que la mayoría desea es más tiempo libre y una mayor inversión en los aspectos sociales de la vida, pero la creciente concienciación de esto ha hecho muy poco por cambiar la agenda política convencional. En Reino Unido (el contexto en el que escribo), aparte del interés somero del Partido Laborista por el equilibrio vida-trabajo a mediados de la década de 2000, la cuestión de la jornada laboral ha desaparecido en general de la agenda, sustituida por la atención a la empleabilidad y el cultivo de una fuerza de trabajo que garantice la competitividad del país en una economía mundializada.
La destrucción del Estado del bienestar, que en tiempos recientes ha contemplado la introducción paulatina de sanciones cada vez más rígidas al no trabajador, ha reducido también significativamente la capacidad de resistirse al trabajo. La superioridad ética del trabajo parece casi intocable. Los empleos remunerados siguen promoviéndose como una fuente vital de carácter y buena salud, los medios de comunicación siguen demonizando obsesivamente al «gorrón» que no trabaja, y la anticuada ética del trabajo sigue anclada en políticas diseñadas para obligar a las personas a salir del sistema de ayudas sociales y entrar en el empleo.
En este contexto político, mi objetivo principal en este libro es el de sostener que ha llegado el momento de cuestionar la naturaleza de la sociedad moderna centrada en el trabajo. Tal y como está, el trabajo representa un rasgo de la vida cotidiana altamente naturalizado y que se da por supuesto. La naturaleza dogmática del trabajo se revela cuando consideramos la asombrosa resistencia de su posición ética, incluso ante algunas realidades muy problemáticas. Considérese la lamentable incapacidad del mercado laboral actual para seguir el ritmo del deseo de puestos de trabajo que permitan la expresión y la creatividad de la persona. El trabajo gratificante es una fantasía en la que a todos nos han enseñado a invertir, desde que nuestros padres y profesores nos preguntaban qué queríamos «ser» de mayores, pero la mayoría nos enfrentamos a escasas oportunidades de consolidar nuestras ambiciones en el mundo del empleo remunerado, un mundo cuyos rasgos característicos son a menudo la monotonía, la subordinación y el agotamiento.
Lo desconcertante también es el hecho de que la posición ética del trabajo no haya sido aún desestabilizada significativamente por nuestro mercado laboral en desintegración. El desempleo masivo, la inseguridad laboral y los bajos salarios están convirtiendo el empleo en una fuente de ingresos, derechos y pertenencia cada vez menos fiable. La solución política ortodoxa a esta situación es la «creación de empleo»: la invención de trabajo aumentando la producción y expandiendo la economía hacia nuevos sectores. Sin embargo, como diversos científicos y economistas preocupados están ahora señalando, no sólo es improbable que el crecimiento constante resuelva el problema, sino que también trae consigo un inquietante conjunto de consecuencias medioambientales y sociales.
Por último, podemos también captar la posición dogmática del trabajo considerando en qué medida hemos acomodado inconscientemente el creciente predominio del trabajo en nuestra vida cotidiana. El trabajo ha ampliado cada vez más sus exigencias a nuestra casa, haciendo uso de nuestras emociones y nuestra personalidad en una medida nunca antes vista o tolerada. A medida que la ética del trabajo con tesón vuelve a imponerse, la empleabilidad se convierte en una fuerza motivadora de nuestras ambiciones, nuestras interacciones y nuestro sistema educativo. Un efecto secundario de esto es que, como sociedad, tal vez estemos perdiendo el control sobre los criterios que juzgan que una actividad es significativa y merece la pena, aunque no contribuya a la empleabilidad o a las necesidades de la economía. Esas actividades y relaciones que no pueden defenderse en términos de aportación económica están siendo devaluadas y descuidadas.
Es desconcertante que ninguna de estas preocupantes realidades haya suscitado un significativo debate público acerca de por qué trabajamos, y cómo debería distribuirse socialmente el trabajo. Lo que en último término me ha llevado a escribir este libro es el sentimiento de preocupación por que estas cuestiones acuciantes –desde la dudosa calidad del trabajo a la inseguridad social, o el creciente predominio del trabajo en nuestra vida cotidiana– no hayan logrado desestabilizar el lugar central que el trabajo ocupa en las visiones políticas convencionales sobre el futuro. Posiblemente la tormenta se esté formando, pero el dogma del trabajo sigue acurrucado tranquilamente en su búnker. Dentro de este preocupante contexto, hay una urgente necesidad de contemplar algunas de las realidades que se dan por supuestas en la actual sociedad centrada en el trabajo, de considerar modos alternativos para cubrir las necesidades convencionalmente buscadas en el trabajo, y de pensar si podría haber formas más equitativas y liberadoras de distribuir el trabajo y el tiempo libre. En los primeros cuatro capítulos de este libro emprendo esta tarea en un plano principalmente teórico. En la última parte del libro, sin embargo, paso a centrarme en investigar la vida de personas reales que han intentado resistirse al trabajo.
Entre 2009 y 2014 pasé tiempo con diversas personas que estaban tomando medidas significativas para reducir la presencia del trabajo en su vida. Mientras que algunas habían reducido su jornada laboral, otras habían dejado por completo de trabajar. Quería entender qué las había llevado a resistirse al trabajo, descubrir qué hacían con su tiempo, y conocer en mayor profundidad los placeres y las dificultades que podrían hallarse en el proceso de rechazo. Algo que vale la pena resaltar es lo relativamente «ordinarias» que eran dichas personas. Uso aquí la palabra «ordinario» con cautela. Lo que quiero resaltar es que estas personas no eran activistas ideológicamente comprometidos ni miembros de un movimiento social coherente. No tenían una misión o una agenda predominantes, y si bien algunos de ellos se calificaban a sí mismos de «downshifters» o de «idlers», la mayoría no había oído términos como esos. A algunos incluso les parecían ofensivos. Lo que la gente con la que me encontré compartía era simplemente un deseo común de trabajar un poco menos y vivir un poco más.
En conjunto, ¿tenían estas personas éxito en el intento de resistirse a trabajar y vivir de acuerdo con sus ideales? Esta introducción no es lugar para abordarlo, pero en el transcurso del libro veremos que resistirse a trabajar comporta, de hecho, significativos riesgos económicos y psicológicos. Definitivamente, este no es otro de esos libros azucarados que les dice a sus lectores que pueden llevar una vida más rica y libre haciendo más de x y menos de y. Lo que pretendo, por el contrario, es plantear los puntos de vista y las experiencias de las personas que he conocido como posibles fuentes para alimentar una crítica y un posible rechazo del trabajo, un rechazo que, sostengo en último término, debe lucharse de manera colectiva y política, no individualmente. Me agradaría que las discusiones aquí incluidas animasen a los lectores a reflexionar sobre su propio trabajo, pero no quiero dar a entender que las personas con las que me he reunido hayan encontrado la clave de la felicidad. Más modestamente, lo que intentan estas conversaciones es mantenerse abiertas a las alternativas, y generar ideas que puedan aportar una crítica decidida a nuestra sociedad centrada en el trabajo.
El texto de esta entrada es un fragmento de la introducción del libro “El rechazo del trabajo» de David Frayne.
«El rechazo del trabajo. Teoría y práctica de la resistencia al trabajo» – David Frayne -Akal