Rosa Luxemburg nació en Polonia en 1871 en el seno de una familia de origen judío. Con tan sólo quince años aparecía ya en los registros como militante de Proletariat. Desarrolló su actividad política en el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) hasta que lo abandonó en 1914 por el apoyo de este a la participación en la I Guerra Mundial. En 1889 huyó a Suiza, donde estudió filosofía, historia, política y economía entre otras disciplinas. Alumna aventajada, ejerció también como profesora en la Escuela Central para la formación de cuadros del SPD. En 1890 cofundó el diario Sprawa Robotnicza (La causa de los trabajadores). Entre sus publicaciones destacan Reforma o revolución (1900), Huelga de masas, partidos y sindicatos (1906), El voto femenino y la lucha de clases (1912) o La mujer proletaria (1914). En 1918 fundó la Liga Espartaco y su periódico Die Rote Fahne (La Bandera Roja). En 1919 participó en la frustrada revolución de 1919 en Berlín, siendo ejecutada el 15 de enero de ese mismo año.
Rosa Luxemburg fue una de las figuras más destacadas en el entorno revolucionario europeo desde finales del siglo XIX hasta después de la I Guerra Mundial. Destacó como teórica marxista –doctora en economía– y como militante socialista y comunista, desarrollando la mayor parte de su actividad política en Alemania en el seno del SPD, el Partido Socialdemócrata de Alemania, pero con una clara proyección internacional. De origen judío y polaco, había crecido en un ambiente tolerante, culto y cosmopolita. Intelectualmente aventajada, desarrolló muy tempranamente una conciencia social y política que le llevaría a un firme compromiso contra la injusticia que no abandonó nunca a lo largo de su vida.
Su determinación, brillantez intelectual y pasión por transformar la sociedad le permitieron hacerse un nombre en el socialismo alemán y en los debates de la Segunda Internacional, un ambiente político de grandes tensiones. La fuerza que volcaba en sus lúcidos y valientes escritos le procuró grandes amistades y también enemistades; admiración y rechazo. Para ella las personas debían ser «como una vela que ardiese por los dos extremos a la vez». Colaboraba regularmente con la prensa del partido –en el Leipziger Volkszeitung (Periódico popular de Leipzig) o el Sächsischen Arbeiterzeitung (Periódico de los trabajadores de Sajonia).
Con Clara Zetkin, responsable de la publicación dirigida a las mujeres obreras Die Gleichheit (La Igualdad) desde 1891, mantuvo una colaboración y amistad a lo largo de toda su vida. El SPD propuso a Luxemburg encargarse de los temas de la mujer en el partido, lo que rechazó al considerarlo una maniobra para apartarla de otros debates en los que deseaba concentrarse, como fue el de «Reforma o revolución», que le llevaría a un enfrentamiento total con las ideas de E. Bernstein. De hecho, enseguida polemizó con los considerados como los «grandes maestros», Plejánov, Bernstein o Kautsky. Siempre defendió la duda creadora frente a la aceptación acrítica de las figuras de autoridad. Ello produjo en el partido una cierta desconfianza hacia ella. Se la percibía como demasiado osada para ser una mujer joven y extranjera, y a menudo recibió descalificaciones de tipo machista y xenófobo.
Rosa Luxemburg ha pasado a la historia como una de las defensoras de la vía revolucionaria frente al reformismo. En 1900 publicó su obra Reforma o revolución, en la que defendió la vía revolucionaria frente a las tesis reformistas y gradualistas de E. Bernstein, enfrentándose a figuras destacadas de la dirección del SPD y de las cúpulas sindicales. Para Bernstein el socialismo no era ya una necesidad histórica sino un referente ético y una forma de organización en la que el proletariado debía aliarse con la fracción más progresista de la burguesía para alcanzar en el parlamento una mayoría amplia. Así, poco a poco se lograrían reformas sociales que mejorarían la vida de la clase trabajadora. A Luxemburg le preocupaba que las direcciones políticas y sindicales se dejaran llevar por la lógica del mercado y terminaran adoptando posturas contrarias a los intereses de la clase trabajadora. Defendió con brillantez sus tesis en el Congreso Internacional de Ámsterdam (1904), consiguiendo que se votase mayoritariamente contra las ideas y tácticas revisionistas.
Apoyó en Huelga de masas, partidos y sindicatos (1906) las ideas de la huelga general y la huelga política general, acusando a las direcciones políticas y sindicales de frenar la acción revolucionaria poniendo todo el peso en lo parlamentario. Ambas direcciones deben fomentar la acción directa y autónoma de las masas. Para ella, debían existir organizaciones políticas conscientes que hicieran suyas las reivindicaciones populares, apoyándolas, pero sin manipularlas.
Rosa Luxemburg fue también una excelente profesora. Trabajó como docente en la Escuela de Formación del SPD, impartiendo clases sobre economía política e historia de la economía, desde 1907 hasta los inicios de la I Guerra Mundial. En estos años escribió dos obras fundamentales para la tradición marxista, Introducción a la economía política y La acumulación del capital. En esta última desarrolló su teoría sobre el imperialismo y el colapso del capitalismo, lo que le valió un importante reconocimiento, pero también numerosas críticas. Defendió el anticolonialismo y el antiimperialismo frente a posturas ambiguas que aprobaban la «penetración pacífica» en los territorios colonizados por las potencias europeas. Recomendaba a la clase trabajadora que se posicionase de forma internacionalista, solidaria y revolucionaria, denunciando el saqueo de los países menos desarrollados.
En sus escritos denunció la falta de poder de las mujeres que, sin poder influir políticamente, tampoco podían decidir sobre su persona, sobre sus hijos e hijas o sobre la política de su país. En 1912 escribió El voto femenino y la lucha de clases y en 1914 La mujer proletaria. Reivindicó el derecho de las mujeres a ocupar puestos políticos allí donde se tomaban las decisiones, y recordaba a las mujeres obreras en sus mítines y escritos la necesidad de participar activamente en las luchas políticas, sociales y sindicales de sus países. Rosa Luxemburg no teorizó sobre el feminismo –a diferencia de A. Kollontai– como lo hizo sobre el marxismo. Aunque se centró en la lucha de clases, siempre reconoció el papel de las mujeres proletarias y su papel específico en la lucha emancipatoria contra la explotación:
«Proletaria, la más pobre de entre los pobres, la más desposeída de derechos de entre todos los desposeídos, ¡acude a la lucha para liberar a las mujeres y a la humanidad del yugo del dominio capitalista!».
Tanto en su vida personal como política, podríamos decir que Luxemburg vivió como una feminista. A pesar de ser consciente de las actitudes discriminatorias en su entorno, nunca aceptó en la vida política un trato desigual respecto a sus compañeros, ni una menor remuneración por el desempeño de su trabajo como periodista, profesora o política en su partido. En cuanto a sus relaciones personales, siempre actuó de forma autónoma e independiente tanto en lo económico como en lo emocional, y al margen de los convencionalismos sociales y los estereotipos de género imperantes.
Luxemburg se opuso frontalmente a la I Guerra Mundial, denunciando sus causas y alertando sobre sus consecuencias. Los estados bombardeaban a las masas con propaganda de exaltación patriótica interclasista, ejerciendo una dura represión sobre aquellas voces contrarias a la guerra y a los negocios que se ocultaban tras ella. Nuestra autora fue una de esas voces y lo pagó con estancias en la cárcel. De hecho, pasó casi toda la guerra encarcelada debido a sus ideas pacifistas y a sus escritos antinacionalistas en los que exhortaba a las personas trabajadoras a no participar en la contienda. Pero la mayor decepción a la que tuvo que enfrentarse fue que su partido, el SPD, votara mayoritariamente a favor de los créditos de guerra en 1914. Esta derrota le llevó a escribir en 1916 el Panfleto de Junius, donde denunció a la socialdemocracia alemana, la guerra y el militarismo.
Luxemburg fue una internacionalista, y la Revolución rusa de 1917 le infundió nuevos ánimos, por lo que se entregó con entusiasmo a su difusión y defensa. Los nuevos desacuerdos con su partido, el SPD, le llevaron a abandonarlo en 1918 para crear la Liga Espartaco y su periódico Die Rote Fahne (La Bandera Roja). La terrible situación creada tras la I Guerra Mundial daría lugar al levantamiento de grupos de obreros y de soldados. Tras la abdicación del emperador Guillermo II y la participación en el nuevo gobierno de conocidos políticos socialdemócratas como F. Ebert, se procedió a sofocar la insurrección espartaquista. Rosa Luxemburg y Karl Liebnechkt fueron asesinados por las Freikorps, germen de las futuras Einsatzgruppen de Hitler. En su último texto, El orden reina en Berlín, Luxemburg explicó cómo un orden cuya supervivencia descansa en el derramamiento de sangre estaba abocado a su aniquilación. Palabras premonitorias, ya que a esta derrota seguiría la República de Weimar y el ascenso del nazismo:
«Vuestro “orden” es un castillo de arena. Mañana la revolución se levantará de nuevo clamorosamente y para espanto vuestro proclamará: ¡Fui, soy y seré!».
El texto de esta entrada es un fragmento de “Feminismos. La historia”.
Feminismos – Rebeca Moreno Balaguer (coord.) -Akal
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