Anna Clua
Asistía el jueves pasado 13 de junio a un debate titulado “Periodismo de paz y feminismo: narrar los conflictos desde otro lugar”,[i] en el que dialogaron dos grandes maestras de las corresponsalías periodísticas en áreas en conflicto. Patricia Simón y Olga Rodríguez tejieron una excelente exposición sobre su aprendizaje del periodismo en el lugar de los hechos y una magistral descripción de los contextos hostiles de ejercicio de la profesión donde imperan el discurso del odio, la testosterona del reporterismo de acción y el relato de la guerra como mal inevitable (o incluso necesario) en esta sociedad. Decían las dos, desde sus experiencias particulares y sus saberes compartidos, que defender un periodismo que va a la raíz de los conflictos en lugar de quedarse en los titulares de la crueldad les ha valido una constante crítica. Al no aceptar los lugares comunes de la narrativa hegemónica sobre las guerras que las dos han cubierto durante décadas, han ido cargando con una serie de etiquetas que van desde el colaboracionismo con los malos de la película hasta considerar que el suyo es un periodismo de colorines que no va al meollo del frente sino que mariposea con anécdotas de retaguardia. Vaya, qué Simón y Rodríguez no son periodistas de las que cuentan las historias que a la gente realmente les interesa. Les dicen.
Hilvano este artículo con lo dicho, regodeándome ante la idea de empezar con una anécdota, puesto que no es para nada gratuito que la haya escogido a fin de plantear una reflexión muy seria sobre los resultados de las recientes elecciones europeas. No es casual que el hecho de decir las verdades (sobre todo puestas en boca de mujeres) sea tachado de frivolidad sin importancia, del mismo modo que una candidatura electoral urdida a base de mentiras, con nombre sexy y el liderazgo mesiánico que otorga la ostentación del par de huevos se postule como opción plausible de legitimación del poder en Europa. Porque parece que dejamos atrás la Europa caza-brujas del siglo XVII, pero solo lo parece. Mientras asistimos atónitas al descenso de popularidad de los derechos y valores democráticos, así como el desuso de la información rigurosa y el vilipendio de la reflexión profunda sobre los problemas reales de la sociedad, las narrativas de la simplez y el eslogan fácil ganan la partida. Y las elecciones.
Los análisis de estos días apuntan a describir una Europa que venía siendo dirigida por una derecha conservadora y que es sacudida por la irrupción de una extrema derecha no menos empoderada por anunciada. Puesta la situación en su contexto actual (sin dejar de dar importancia a las rémoras del pasado), tenemos de un lado la cuestión económica y del otro (la otra cara de la misma moneda, para entendernos) la cuestión de la guerra entre Rusia y Ucrania. Uno de los resultados que no dejan lugar a dudas en los recientes comicios europeos es que los intereses económicos no están desvinculados de los geoestratégicos en un marco global. Juntos siguen pugnando por mantener las riendas, asiéndolas con más fuerza, si cabe. Esto pasa en Europa, en África, en Asia, en América y en Oceanía. Aunque no nos basta con ver lo que pasa en Gaza para creérnoslo.
Las elecciones en Europa se han planteado como un lugar que a la gente de Europa se nos antoja más importante y especial (imagino, por aquello de querer seguir siendo la cuna de la democracia). Pero no. Vemos cómo el triunfo de la derecha se ve muy favorecido por la miríada de opciones radicales que han recogido el voto de una ciudadanía masivamente movilizada en torno (oh, casualidad, cual pincelada o nota de color) a cuestiones no económicas sino identitarias. Da igual el sentimiento de nación (y el privilegio asociado) que les es llamado a preservar a las ciudadanas y ciudadanos que (dentro de ese pobre 51,08%, de participación) se han animado a votar extrema derecha. El sentimiento de nación puede apelar a emociones profundamente polacas, francesas, rumanas, griegas, chipriotas, alemanas, o españolas: el voto anecdótico a los moteros, influencers, youtubers y emprendedores diversos que han impregnado la paleta de colores de estas elecciones los ha convertido en algunos casos (como ha ocurrido en la República Checa) en la tercera fuerza más votada de su país.
El debate ahora apunta a cómo va a ser posible una coalición de candidaturas de extrema derecha, siendo cada una más euroescéptica que la de al lado (muchas sin tan siquiera un partido político con el que identificar sus escaños en la Eurocámara). Algunas voces apuntan a que las alianzas pueden darse con los distintos posicionamientos pro-Rusia o pro-Ucrania de los partidos serios sumando las notas de color de esta extrema derecha tan sexy, auténtica y espontánea. El caso es que, mientras se discute esto en la esfera pública, las urnas dicen que las europeas y los europeos pueden mantener su ruta de vuelo hacia el desmantelamiento de la sociedad del bienestar, la acumulación de capital, la securitización ante la inmigración, la priorización del gasto en industria armamentística, el atisbo de horizontes de guerra extendida, la negación de la crisis climática, la difusión impune de los discursos de odio, la admisión a trámite de denuncias contra periodistas molestas a través de los SLAPP, y otras minucias por el estilo.
Dardo Gómez y yo planteábamos recientemente en el libro ”De las fake news al poder. La ultraderecha que ya está aquí” que la extrema derecha no es tanto la amenaza que se avecina y que llena los programas de las izquierdas a la defensiva. La verdadera amenaza, como las ratas que asolaron Orán en La Peste de Camus, es el no querer darse cuenta de que ya están aquí. Es también la hipocresía de un sistema donde el ejercicio de poder implica tolerarlas suponiendo que van a poder servirse de ellas frente a sus adversarios políticos. No nos creemos que la peste vaya a matar los valores de la democracia hasta que la rata muerde. Y esa no es una mordedura de risa, ni una pincelada sutil, ni una nota de color, ni un guiño a la Europa del siglo pasado. Como dijeron Simón y Rodríguez, en esta era de la información que nos induce a pensar que las cosas importantes son pura anécdota hay que estar, más que nunca, alerta.
Ana Clua es autora, junto a Dardo Gómez del libro ”De las fake news al poder. La ultraderecha que ya está aquí”
[i]Diálogo entre Patricia Simón y Olga Herrera: “Periodismo de paz y feminismo: narrar los conflictos desde otro lugar”. Moderadora: Sonia Herrera. Organización: Estudios de Ciencias de la Información y la Comunicación de la Universitat Oberta de Catalunya. Barcelona, 13 de junio de 2014.