Tras ser encerrada de manera ilegítima, sin justificación ni diagnóstico, las memorias de Hersilie Rouy nos narran las injusticias que cualquier mujer pudo padecer en la Francia del siglo XIX.
Hersilie Rouy
Refinada artista de la Francia del siglo XIX, pasó 14 años en diversos manicomios sin ninguna justificación ni diagnóstico. Redactó sus memorias para relatar la injusticia que sufrió y los abusos de la administración.
Estas memoras son testimonio vivo de la historia de la psicología y la psiquiatría y de la injusticia en que vivían las mujeres de una sociedad sexista.
«Yo no soy la señorita Chevalier» respondía cada vez que no se dirigían a ella por su nombre. Tras alcanzar cierta fama como artista y profesora de música, Hersilie Rouy fue raptada por las fuerzas del Estado francés y encerrada en distintos manicomios durante casi tres lustros. Su identidad fue borrada, le sustrajeron sus papeles, a sus seres más cercanos se les comunicó su defunción y se le asignó la identidad de Joséphine Chevalier.
Sus memorias, escritas entre 1870 y 1880, demuestran la injusticia de su encierro y la arbitrariedad de los comportamientos de la administración. Desprovista de su identidad, Hersilie pedía que se comprobase su ascendencia, que se contrastara con sus actas que era hija de Charles Rouy, pero todo lo que ella pudiera argumentar o decir para los médicos resultaba ser signo indudable de su locura, una «locura razonante».
Ante el encierro, no tenía salvación. Si Hersilie fue un caso paradigmático de una locura que se esconde y que nunca se puede saber si es locura, ¿cómo podía refutar el diagnóstico de un psiquiatra? ¿Quién denunció a Hersilie y con qué finalidad?
Carta que la señorita Hersilie Rouy escribe a la Asamblea Nacional de Francia para explicar su ilegal encierro:
Orleans, calle Grille, 5, 20 de julio de 1871
Señor presidente:Soy la señorita Rouy (Hersilie), hija del astrónomo Charles Rouy, muerto en París, el 20 de octubre de 1848.
Tengo todas las actas civiles, religiosas, públicas, que me confieren ese título, ese nombre, así como todos los papeles que establecen mi posesión de estado, mi posición social y mi honorabilidad.
El 8 de septiembre de 1854 fui raptada de mi casa, internada en Charenton con el nombre de Joséphine Chevalier, de padres desconocidos.
El que me secuestró se presentó con el nombre de barón de K…, de parte de mi hermano. Estaba acompañado de un mozo de cuerda del que dijo que era el comisario de policía, al que hizo que entregase mi llave.
Entraron en mi domicilio; todo se lo llevaron, registraron y vendieron.
Anunciaron la muerte de Hersilie Rouy a mis parientes y a mis amigos.
Fui internada, sin que se cumplimentasen ninguna de las formalidades exigidas por la ley. No existe petición de admisión, ni atestado del comisario de policía, ni papel que me concierna ni fiador.
Era una desconocida, tan pronto abandonada como internada en un sanatorio del Estado.
Llevaba conmigo mis actas civiles, papeles familiares, de negocios, dinero.
Las religiosas de Charenton se apoderaron de todo, lo guardaron y escondieron.
Los hombres de la administración, en cuyas manos me pusieron, me transfirieron de Charenton a la Salpêtrière. De allí, pasé de departamento en departamento, como indigente del Sena, sin que quisiesen asegurarse de cuál era mi nombre y mi identidad.
A pesar de mis reclamaciones, rechazaron un careo, reclamar a las religiosas de Charenton, a las que no podían creer capaces del robo de papeles y valores.
Todas las cartas que podían proporcionar informaciones sobre mí se quitaron de los expedientes administrativos…, incluso desaparecieron, junto con las actas de Milán, del tribunal de Orleans, donde el señor doctor Lepage, médico adjunto del asilo de alienados de esta ciudad, las había depositado en 1867.
Desconocidos que decían ser mi padre, manteniendo un incógnito total, escribieron cartas anónimas a los administradores de los asilos de Fains y de Maréville, ofreciendo dinero para mí en 1857. Uno de ellos firmaba François.
Mi padre, el señor astrónomo Charles Rouy, había muerto en 1848, nueve años antes de estas ofertas.
Hasta tal punto no sabían quién era, que uno de los médicos del asilo de Maréville me tomó por una tal Chevalier, que había conocido en otro tiempo; que se me atribuyeron distintos parentescos; que el ministro del Interior, así como la prefectura de policía, creyó que yo era una tal señorita Chevalier (a la que una sentencia prohibía cualquier otro apellido), antigua amante del señor barón de K…, de la que se había desembarazado llamándola loca.
Con el fin de impedir mis demandas y reclamaciones, me registraban a diario, para despojarme de cualquier medio de escritura; tapiaron mi ventana.
No fue hasta 1968, tras haber permanecido encerrada cinco años (de catorce) en el manicomio de Orleans con el nombre de Joséphin Chevalier, de padres desconocidos, cuando pude recurrir a mi primo hermano, el señor Laurency Rouy, jefe de división en los Haras, al que habían comunicado mi muerte, como a los demás; pude hacer llegar a la administración de los hospicios de Orleans, por mediación del señor le Normant des Varannes, tesorero de dichos hospicios, lo que quedaba de los papeles que me habían quitado en Charenton en 1854, y demostrar que yo era Hersilie Rouy, y no Joséphine Chevalier.
Esperaba que se ocuparían de un asunto tan grave… Pero un certificado de salida, firmado súbitamente por el médico jefe del asilo, me puso en la calle, sin refugio, sin dinero, sin amigos, en mitad del invierno y enferma.
En esas condiciones, hubiera vuelto a caer en una de esas terribles casas, donde me hubiesen internado en el asilo de indigentes, si no fuese por la caridad de los que, conmovidos e indignados, vinieron en mi ayuda.
Apenas libre, recuperado mi nombre y dado a conocer que estaba viva, este nombre fue impugnado a través de la prensa, y cartas difamatorias, que pretendían perderme y hacer que me encerrasen de nuevo, fueron dirigidas a los que habían tenido piedad de mí.
El señor conde du Faur de Pibrac; el señor Vilneau, presidente honorario de Cámara en el tribunal; el señor Ronceray, antiguo abogado, los tres administradores de los hospicios de Orleans, y el señor le Normant, me tomaron bajo su protección, con el nombre de Hersilie Rouy, en el hotel de Loiret.
Dirigí mis demandas a la justicia, que no respondió; la asistencia judicial me fue negada… las puertas del Ministerio se me cerraron. Iba a ser estudiada una petición enviada al cuerpo legislativo cuando la guerra, al estallar, me colocó en una posición cada vez más dolorosa, cada vez más desesperada.
Acogida en el momento de la invasión por el señor y la señora le Normant des Varannes, que fueron los únicos que nunca me abandonaron, que desde ese momento me dieron de comer, aún lo hacen, pero que tienen pesadas cargas que no les permiten seguir haciéndolo, me va a faltar el sustento, puesto que no tengo más que el que ellos me dan.
Sin ellos, habría muerto de hambre.
No tengo nada más en el mundo. Mi salud está destruida. Tengo casi 60 años; no sé qué va a ser de mí. Han rechazado restituirme lo que me quitaron en los establecimientos públicos colocados bajo responsabilidad ministerial. No puedo poner una demanda civil, al no tener ni siquiera para comer.
Desvalijada por todos… y en establecimientos del Estado, por los empleados de esas casas, no puedo esperar ni ayuda ni justicia, mientras que se persigue de oficio al desgraciado que roba un trozo de pan para sus hijos.
Me veo obligada a apelar a la protección de la Asamblea nacional, a la caridad, a la humanidad de toda la prensa, para solicitar su ayuda, para rogarle que haga una apelación al corazón de los que tendrán, espero, piedad de mí, y protestarán, acudiendo en mi ayuda, contra un estado de cosas que dejan la libertad, el nombre, la reputación, el bienestar de todos, a la discreción del primero que llegue con la colaboración y la firma de un médico cualquiera.
Esta es, señor presidente, la desgracia que creo mi deber poner ante los ojos de la Asamblea nacional.
Tengo el honor de poseer todas las pruebas de lo que tengo la tristeza de poner a su disposición.
Estoy preparada para responder a todas las preguntas que tenga a bien hacerme y a realizar una copia exacta de los documentos auténticos que están en lugar seguro.
El señor conde Benoît d’Azy está en la Asamblea; puede dar fe de que todo lo que digo es cierto. El señor Cochery, diputado de Loiret, conoce mi terrible situación.
Quiera aceptar, señor presidente, la seguridad de mi profundo respeto.
Firmado: Hersilie Rouy
A la venta: Yo no soy la señorita Chevalier. Memorias de una loca
Entrevista a la traductora de las memorias, Mar Llinares García: “Si entras en el manicomio, ese estigma lo llevas siempre”