- Simbolismo
- Antes:
- 1884 Se publica A contrapelo, del escritor francés J. K. Huysmans, un hito para el pensamiento simbolista.
- 1886 El poeta griego Jean Moréas publica en París el Manifiesto del simbolismo.
- 1890 El belga James Ensor demuestra en Intriga la misma mezcla de detalle autobiográfico e imaginación inquietante característica de Munch.
- Después:
- Principios del siglo XX La obra de Munch influye al expresionismo: las imágenes se distorsionan para expresar sentimientos subjetivos.
- 1937 Los nazis confiscan 82 obras de Munch de las galerías alemanas por «decadentes».
Edvard Munch
Munch nació en 1863 cerca de Christiania (actual Oslo), en Noruega. La muerte de su madre y su hermana a causa de la tuberculosis, y la rigurosa fe cristiana de su padre marcaron su infancia. Al terminar sus estudios en la Escuela Real de Arte y Dibujo en Christiania, comenzó a trabajar y a exponer en la ciudad. Consideraba los estilos realistas demasiado superficiales, por lo que para sus obras ahondó en su propio estado mental.
Munch vivió en Francia entre 1889 y 1892, su periodo más productivo, y luego en Alemania. A principios del siglo xx su salud mental empeoró, y su adicción a la bebida agravó la situación. En 1908 sufrió una crisis nerviosa. Tras el tratamiento, regresó a Oslo y se entregó a una vida solitaria. Murió en 1944.
- Otras obras clave
- 1885–1886 La niña enferma.
- 1893 El grito.
- 1893–1895 Amor y dolor.
- 1894–1895 Madonna.
- 1899–1902 Las chicas del puente.
Vestir la idea de una forma sensible
Los símbolos en el arte son un recurso visual para transmitir significado, a menudo de forma indirecta. Así, en muchas pinturas cristianas se puede reconocer a los santos por sus atributos: san Pedro lleva las llaves del paraíso y san Juan sostiene un libro. Los símbolos permiten hablar de las virtudes del ser humano o narrar historias completas: los lirios blancos representan la pureza, mientras que la manzana evoca la tentación de Adán y Eva. La alegoría y el mito también funcionan como símbolos para representar diferentes niveles de significado en el arte.
Este tipo de simbolismo, no obstante, no se refiere a la corriente literaria y artística homónima que triunfó a finales del siglo XIX. A los artistas de este movimiento no les interesaban los símbolos con significados establecidos; al contrario, querían que sus cuadros funcionaran más como la poesía: deseaban despertar emociones e ideas a través de imágenes evocadoras.
Los temas del simbolismo
El simbolismo floreció en Francia alimentado por las ideas de algunos poetas como Stéphane Mallarmé, Charles Baudelaire y Jean Moréas, pero pronto los artistas de otros lugares, como el pintor noruego Edvard Munch se unieron al movimiento. Partiendo del énfasis romántico en las emociones, surgió como una reacción contra la objetividad del naturalismo y del impresionismo, aunque no estaba limitado a un único estilo visual y sus adeptos siguieron varios métodos para alcanzar sus objetivos.
Estos artistas modificaron la línea y el color, recurrieron a insólitas combinaciones de imágenes y abordaron temas como el miedo, la muerte, el amor o el deseo. Muchos recurrieron a las asociaciones musicales, en parte influidos por la teoría de las «correspondencias» de Baudelaire, según la cual los colores estaban relacionados con notas musicales. Otras imágenes comunes eran femmes fatales, personajes andróginos, cabezas cortadas y besos. Los cuadros solían estar adornados con ideas esotéricas o místicas, indicio del renacimiento de un interés por la teosofía (una corriente filosófica que buscaba alcanzar el conocimiento directo de lo divino mediante el éxtasis y la intuición).
Los pioneros del simbolismo francés fueron Gustave Moreau, Pierre Puvis de Chavannes y Odilon Redon.
Moreau, artista muy encerrado en sí mismo, se basó en temas mitológicos y religiosos, como en La aparición (1874–1876), que evoca un palacio oriental donde Salomé se enfrenta a la cabeza cortada de san Juan Bautista.
Puvis, en cambio, inspiró a toda una generación de simbolistas más jóvenes con El pobre pescador (1881). En contraposición con el realismo imperante en la época, el pintor recurrió a una línea rítmica y unos colores planos y desvaídos para reflejar la miseria de la familia de un pescador en un paisaje desolado y gris.
En los carboncillos y las litografías de Redon, la imaginería onírica era una fusión entre su interés por disciplinas tan eclécticas como la botánica o los insectos y los escritos de Edgar Allan Poe. Un crítico de su tiempo definió su extraordinario trabajo como «increíblemente extraño […]. Un conjunto de arrugas, pesadillas, visiones mórbidas y alucinaciones».
Estados de ánimo
En su Noruega natal, Munch estaba lejos de la corriente de actividad simbolista. Primero se acercó al naturalismo y, a mediados de la década de 1880, se unió a los Bohemios de Christiania (actual Oslo), un controvertido grupo de escritores y artistas de la ciudad. El grupo redactó una divertida lista de «mandamientos», pero Munch solo se comprometió, y muy en serio, con el primero: «Escribirás sobre tu vida». La frase bien podría haber servido como consigna para el conjunto de su carrera.
A partir de finales de la década de 1880, Munch empezó a viajar para mostrar su obra y empaparse de las ideas simbolistas. En particular, el sintetismo de Gauguin –donde la forma se sintetiza en emoción– le influyó especialmente, así como el aspecto fantasioso de las imágenes del suizo Arnold Böcklin. Muy pronto, Munch empezó a producir sus propias obras simbolistas. Un ejemplo típico es Melancolía, bote amarillo (1892), donde representa más un estado de ánimo que un tema narrativo o realista. Muchos de sus cuadros llevan por título conceptos abstractos y suelen estar basados en sus experiencias o en las de sus amigos. Su obra más famosa, El grito, era la representación de «un grito pasando a través de la naturaleza», que el artista sintió mientras daba un paseo por Niza, en Francia.
El friso de la vida
Desde el comienzo de su carrera, Munch concibió los ciclos de pinturas con la idea de que los cuadros se exhibieran juntos. La danza de la vida pertenece a un ciclo conocido como El friso de la vida, un proyecto que evolucionó a lo largo de varios años. Cuando se expuso por primera vez, en 1893, estaba compuesto por 15 obras; en 1902, en la muestra de la Secesión de Berlín, contaba con 22 cuadros, organizados en torno a cuatro secciones principales: Las semillas del amor, La plenitud y el fin del amor (que incluye La danza de la vida), Miedo a la vida y Muerte.
La noche más corta
Para La danza de la vida, Munch se inspiró en las celebraciones de la noche de San Juan que se organizaban por toda Escandinavia. La escena ocurre en Åsgårdstrand, el pueblo donde Munch pasó varios veranos. En el cuadro, la línea de la costa representa el paso del tiempo y el progreso de la vida, mientras que el reflejo de la luna en el agua evoca lo fálico, tanto en la forma como en el color, para resaltar la prevalencia de la sexualidad. Como en otros lienzos, Munch usa una estructura en tríptico para la composición. En sus diarios reflexionaba también en torno al sentido de tres elementos principales. En el centro, el artista aparece retratado bailando con su gran amor; por la izquierda, se acerca una joven inocente que quiere arrancar la flor de la vida, «pero esta no se dejará»; por la derecha, una mujer mayor mira con cierta amargura, incapaz de unirse a la danza, mientras que, tras ella, «la muchedumbre animada se deshace en salvajes abrazos».
La imagen de Munch combina lo universal y lo personal. También empleó el motivo de la pareja que se mira a los ojos en otros grabados y otros cuadros, como en Mirándose a los ojos o en Atracción, obras en las que la mujer es el personaje dominante. En una versión de Atracción, el cabello de la mujer se enrosca en torno al cuello de la cabeza del hombre, como un insecto que atrapase a su presa, y en La danza de la vida, el vestido de la mujer tiene un papel similar, envolviendo el pie del hombre.
Muchos de los personajes de los cuadros de Munch estaban basados en mujeres de su vida. Probablemente, la joven central de La danza de la vida era su prima, con quien mantuvo una apasionada aventura hasta que ella lo abandonó. De la misma manera, las mujeres de ambos lados pueden representar a Tulla Larsen, una mujer acaudalada y liberal que persiguió al pintor sin parar hasta que este la rechazó definitivamente.
Inspiración duradera
El friso de la vida fue el mayor legado de Munch, quien intentó, en vano, venderlo como una sola pieza, con la esperanza de que la obra hallara un hogar permanente en algún espacio de exposiciones. No obstante, el ciclo ha tenido un efecto duradero. Munch está considerado el pintor noruego más relevante. Su aproximación única al simbolismo fue una de las mayores fuentes de inspiración para los expresionistas.
El texto y las imágenes de esta entrada son un fragmento de: “El libro del arte”
- El Libro del Arte – Akal
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