Los ingredientes para una buena intriga son difíciles de delimitar, cada autor tiene su estilo y cada libro su personalidad. Parece que los buenos escritores siempre acuden al mismo mercado aunque luego en la cocina cada uno elabore un plato diferente capaz de seducir el paladar de un buen lector. Tras sumergirnos en la novela negra, creemos haber encontrado tres ingredientes que nunca olvidan echar en los fogones:
- Una ciudad como protagonista: precisamente ayer acudían a la Semana Negra de Gijón los escritores Moncho Alpuente y Aníbal Malvar para dialogar sobre Madrid como espacio para la novela negra. Ambos autores han encontrado en la capital española una inspiración para sus sendas novedades: Un maldito enredo y La balada de los miserables. Si nos fijamos en los clásicos algo similar sucede: nadie se puede imaginar Marsella sin los bajos fondos descritos por Jean-Claude Izzo, cuando paseas por Milán acuden a la memoria los sórdidos encuentros narrados por Giorgio Scerbanenco y si caminas por Harlem entiendes los problemas raciales relatados por Chester Himes.
- El lado oscuro: moverse entre criminales y gánsteres muestra lo peor de cada casa. No puede existir una buena novela negra sin enseñar una sórdida sociedad, ya sea la prostitución de Los milaneses matan en sábado o el trafico de drogas de El hombre de nieve. Sobre todo en este aspecto nos quedamos con el estilo inconfundible de Horace McCoy en Despídete del mañana, donde el salvaje y amoral Ralph Cotter es capaz de mostrar los límites de la perversidad; tanto es así que sólo un tipo duro como James Cagney fue capaz de interpretarlo en la gran pantalla.
- Un final imprevisible: Dorothy L. Sayers, miembro del The Detection Club, resume esta idea en la introducción de El almirante flotante. Nos explica que este libro (donde colaboran grandes plumas como Agatha Christie o Gilbert K. Chesterton) se trata de una obra colectiva que parte del planteamiento inicial de un caso criminal. Cada colaborador se enfrentó al misterio sin saber qué solución tenían en mente los autores precedentes y entregaron en un sobre cerrado su particular solución del crimen. Así estos escritores podían asegurarse de que su detective trascendía la ficción para convertirse en un personaje tan real como la vida misma ya que el narrador no conoce de antemano quién cometió el delito.
El plato está servido.