Sin duda el ciudadano no puede conocer ni comprender su presente político si no conoce la historia. El problema es que ese conocimiento con frecuencia está sometido a muchos sesgos. En no pocos desde el relato explicado por la imposición de los vencedores a los intereses de los poderes actuales que tienden a ignorar determinados acontecimientos y a magnificar otros.
Si preguntamos a cualquier español, nos dirá que nuestra Guerra Civil es el caso más paradigmático de distorsión histórica por parte de historiadores, políticos y medios de comunicación. Pero no es el único. Existe otro mucho más vapuleado por diferentes interpretaciones, que tuvo lugar pocos años antes, se trata de la Revolución de 1934. Tan opuestas pueden ser esas interpretaciones como que algunos la consideraran un admirado intento de lograr el gran salto adelante en el avance de un gobierno de izquierda que pudiera frenar el fascismo que se veía venir; mientras que para otros fue la prueba del carácter desestabilizador de la izquierda española, que con ese levantamiento dio la coartada perfecta para el golpe militar que dos años más tarde dio inicio a la guerra civil.
El 5 de octubre de 1934 daba comienzo una huelga general en protesta por el ascenso al poder de las posiciones más de ultraderecha de la política española. Esas agitaciones sociales y políticas desembocaron en un importante movimiento revolucionario, que tuvo especial virulencia en Asturias y algo menos en el País Vasco y en Cataluña.
Las elecciones generales de noviembre de 1933 (con victoria de los radicales y de la CEDA-Confederación Española de Derechas Autónomas), marcadas por la potente publicidad electoral de los partidos de derechas, así como por las irregularidades cometidas por estos en zonas rurales, supusieron un cambio de rumbo para la estrategia política del PSOE. Se distanció entonces de los partidos republicanos acercándose a otros sectores obreros y apostó por una vía más revolucionaria destinada a frenar el ascenso del fascismo.
No sin conflicto dentro del propio partido socialista, el hecho que desencadenó la respuesta revolucionaria del 34 fue la entrada en el gobierno de Alejandro Lerroux de tres ministros de la CEDA, por demanda de su líder Gil Robles, dispuestos a acabar con las reformas que desde 1931 se habían ido realizando en la sociedad española. La propia CEDA reconocía que su objetivo era entrar en el gobierno republicano para romper con la república y la democracia.
El levantamiento fue un fracaso, teniendo su parte más dramática en Asturias donde la sangrienta represión del gobierno de la república causó la muerte de más de 1.500 personas, así como el encarcelamiento de cerca de 30.000, terminando el movimiento revolucionario dos semanas después de su inicio.
Pues bien, el libro “1934. Involución y revolución en la Segunda República” se encarga de contarnos esa historia. No solo contarla, sino también explicarla, interpretarla, ponerla en el contexto español de entonces para poder comprenderla e incluso poder deducir qué ha llegado hasta hoy de los sentimientos, las ideas y las inquietudes que se reivindicaron en aquella revolución. Obsérvese que ya el propio subtítulo de la obra lleva incluida la dicotomía sobre su interpretación: involución/revolución.
El autor ideal para desarrollar el tema en profundidad es un catedrático de Historia Contemporánea especializado en la teoría y la historia de la violencia política en la España del siglo XX y ese es Eduardo González Calleja,director del Instituto de Política y Gobernanza de la Universidad Carlos III (Madrid). Autor también de los dos tomos de Política y violencia en la España contemporánea, el primero del periodo de 1808 a 1903 y el segundo desde 1902 a 2019.
En su análisis de la revolución de 1934, González Calleja se plantea el objetivo de desmontar las tesis que recurren a aquellos acontecimientos para desacreditar a los defensores de la república y sembrar dudas sobre su honestidad democrática. Autores como Salvador de Madariaga llegarían casi a responsabilizar a la rebelión de 1934 del desencadenamiento de la guerra civil: “con la rebelión de 1934, la izquierda española perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936”.
Tal y como adelanta el autor en su presentación, la obra intenta exponer todos los elementos que confluyen en aquella historia: “ las alianzas y las divisiones que impulsaron o sufrieron los diversos actores; el papel de la decepción, la incertidumbre o el temor como marcos cognitivos que influyeron en la toma de decisiones políticas; la respuesta multifacética y a veces discordante del Estado, o la declinación cultural de los conceptos políticos asumidos, defendidos o rechazados por los protagonistas”.
Términos como «democracia», «república» o «revolución» tenían significados diferentes para los conservadores, republicanos u obreristas de aquella época, y cubrían campos semánticos muy distintos de los que tienen en la actualidad.
La asturiana se ha seguido considerando hasta nuestros días como la última revolución proletaria acaecida en Europa Occidental, y se ha situado al mismo nivel de importancia que la Comuna de París de 1871 o la Räterepublik bávara de 1919.
González Calleja se centra en analizar esta coyuntura política, prestando atención prioritaria a un tema del que es un gran experto: la violencia política organizada.
Para ello destaca los dos principales protagonistas de los sucesos revolucionarios: el socialismo y el nacionalismo catalán de izquierda.
Cuando uno termina de leer esta obra, y observa abrumado sus 35 páginas de bibliografía y notas, es cuando comprende que solo desde el conocimiento exhaustivo de nuestra historia podremos comprender nuestro presente. Y, por tanto, gran parte de nuestra incomprensión procede de ese desconocimiento. Al menos libros como “1934. Involución y revolución en la Segunda República” intentan ayudar combatir esa incomprensión y ese desconocimiento.