La Big farma no descansa y aprovecha todos los momentos para hacer negocio. Un buen ejemplo es esta pandemia, en la que los Gobiernos tantas esperanzas han puesto en el hallazgo de una vacuna y/o un tratamiento curativo.
Sólo 3 ejemplos: la mayoría de la investigación sobre la vacuna se está realizando con fondos públicos, en colaboración con universidades, con subvenciones públicas, etc., pero las patentes seguirán siendo privadas, y además algunas farmacéuticas han conseguido vender a los Gobiernos vacunas que todavía no se sabe si se producirán, ni si serán suficientemente eficaces y seguras –¡esto sí que es un gran negocio!: se está vendiendo un producto que sólo existe virtualmente–. Por otro lado, otro ejemplo son los tratamientos habitualmente promocionados por quienes los producen, que son, además, quienes realizan los estudios sobre su eficacia, lógicamente sesgados. Hace poco se ha conocido un estudio de la OMS que contradice los datos sobre el Remdesivir, publicados previamente por Gilead, señalando que no reduce la mortalidad (en pacientes sin ventilación o cualquier otro subgrupo), el inicio de la ventilación o la duración de la hospitalización («Repurposed antiviral drugs for COVID-19 –interim WHO SOLIDARITY trial results»). Claro está que, mientras tanto, y gracias a las publicaciones patrocinadas por la empresa fabricante, se han vendido importantes partidas a casi todos los países del mundo.
El espectáculo de las vacunas para la covid-19 es otro ejemplo de cómo funciona la Big farma. Se han hecho numerosas intervenciones dirigidas a los medios de comunicación antes que a la comunidad científica, llevándose a cabo en el estilo habitual de magnificar los resultados y no señalar inconveniente alguno.
Vayamos primero con su eficacia. Existe una gran controversia sobre las vacunas que tiene más que ver con las estrategias de márketing y propaganda de las empresas farmacéuticas que con los conocimientos científicos. Hasta ahora sólo se conocen informaciones facilitadas por las mismas, sin que se hayan analizado por evaluadores independientes, siendo bien sabida la tendencia de estas a magnificar los resultados positivos y a orillar o esconder los problemas y limitaciones de sus medicamentos. Son muchos los casos bien conocidos, como, por ejemplo, el más relacionado con el tema, la eficacia del Osetalmivir en la gripe, datos sesgados que produjeron compras masivas, de muchos países, de un medicamento que los evaluadores independientes (BMJ, Cochrane) demostraron, después, que carecía de la eficacia de la que presumía la empresa que lo comercializaba, y que tenía muchos más efectos secundarios de los comunicados inicialmente.
Hay, además, muchos aspectos que todavía no conocemos bien, como la seguridad a largo plazo y la duración de la protección. Además, tal y como ha señalado el NEJM (3 de diciembre de 2020), tampoco conocemos «si la disminución de la protección inducida por la vacuna puede conducir a una enfermedad potenciada por la vacuna si un vacunado se infecta al exponerse al SARS-CoV-2, […] no hay información sobre la protección contra enfermedades clínicamente graves, y tampoco conocemos sobre la posible asociación entre el grado de protección y la edad del destinatario o las condiciones coexistentes». Por supuesto, tampoco es posible conocer si existen complicaciones graves infrecuentes o tardías que podrían haber pasado desapercibidas, dado el número de las personas en que se realizaron los ensayos y el poco tiempo transcurrido desde que fueron vacunadas. Probablemente, estas lagunas seguirán existiendo hasta que haya un número muy importante de personas vacunadas (uno o varios millones) y pasen uno o dos años desde la vacunación.
Finalmente, parece que se han descartado otras vacunas, como la producida por China, que también aparenta tener resultados prometedores, o la rusa, etc. (en principio hay siete de ellas lo suficientemente avanzadas), y todo indica que se ha hecho más por criterios mercantiles y geopolíticos que por criterios científicos.
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Ahora se deja todo en manos de la consecución de vacunas y/o tratamientos eficaces, pero existe otro enfoque que debe tenerse en cuenta, planteado desde «la determinación social de la salud»: los microorganismos son sólo agentes y la verdadera razón del rebrote de las infecciones reside en el subdesarrollo, en el cambio climático, las prácticas de la industria agroalimentaria, el comercio y el turismo globalizados, los insecticidas, los plaguicidas… Si no solucionamos estos problemas, lo más probable es que se repitan situaciones parecidas en un futuro no lejano.
El texto esta entrada es un fragmento del libro Salud, pandemia y sistema sanitario de Sergio Fernández Ruiz, Carlos Sánchez Fernández y Marciano Sánchez Bayle