El accidentado regreso de los héroes griegos desde Troya a su patria constituyó uno de los principales temas del repertorio épico (los denominados nóstoi). Sin embargo, la mayoría de ellos son el resultado de especulaciones mitográficas tardías cuyo principal objetivo no era otro que el de legitimar los orígenes de las fundaciones coloniales del mundo occidental. Muy pocos son antiguos, tal y como podemos comprobar a la hora de rastrear sus huellas dentro del propio poema homérico. De hecho, sólo el viaje de retorno de Menelao aparece referido en la Odisea cuando el propio héroe hace balance de sus andanzas ya en Esparta delante de Telémaco y el hijo de Néstor, que habían acudido en busca de noticias sobre Ulises.
A diferencia del relato de Ulises, el de Menelao se mueve en unas coordenadas geográficas mucho más realistas, aunque conserva todavía indudables retazos que retrotraen la historia al mundo de los viajes heroicos. Entre los diferentes lugares que el héroe afirma haber visitado en el curso de su viaje figuran Egipto, Chipre, Fenicia, Libia y el pueblo de los erembos. La isla de Chipre y Fenicia se sitúan claramente en el horizonte oriental de las navegaciones griegas de los primeros momentos del período arcaico y desde ellos y hacia ellos fluían ya desde tiempo inmemorial las gentes, las ideas y las mercancías de todo tipo.
El caso de Egipto es significativo. Es la tierra que centra su atención principal en el momento del relato de sus andanzas y es también aquella en la que dice haber permanecido un mayor tiempo. En su historia se apuntan algunos datos que permiten entrever ya un cierto conocimiento de aquel país, que seguramente era el destino de algunas de las primeras exploraciones griegas a comienzos de la época arcaica, más con objetivos a corto plazo como el comercio o la rapiña que con vistas a un establecimiento de carácter permanente. Se alude así a la desembocadura de un gran río o se hace mención de la isla de Faro, que constituían a todas luces los signos más distintivos para quien se aproximaba a Egipto desde el mar.
Sin embargo, tampoco Egipto es todavía la tierra bien conocida a la que los griegos afluirán con cierta asiduidad para comerciar en el emporio de Naucratis o para servir como mercenarios a las órdenes del faraón. El país del Nilo era todavía por entonces una tierra casi mítica situada en un horizonte geográfico todavía mal definido, en algún lugar del mar en dirección hacia el sur donde podían conseguirse lucrativos beneficios en expediciones de pillaje. Un espacio todavía abierto del todo a la imaginación en el que tenían amplia cabida toda clase de maravillas. Menelao alude a las dificultades que comportaba el viaje hasta allí con la expresión «sombrío camino, largo y difícil», dejando así patente la sensación de enorme distancia y el terror que la inmensidad del mar inspiraba en los marinos.
La tierra de Libia se presenta todavía bajo una mayor indefinición. En ella se sitúan algunos prodigios de la naturaleza como el rápido crecimiento de los carneros o su extraordinaria fecundidad. Poco es lo que podemos decir del país de los misteriosos erembos, de identificación más que problemática, que constituía seguramente una designación de alguna de las tierras del sur que se empezaban a conocer de manera incipiente en aquellos primeros momentos de tentativas de exploración.
Sin embargo, todavía permanecen anclados en el relato de Menelao algunos de los viejos elementos de los viajes heroicos tales como la aparición del viejo del mar, Proteo, a quien el héroe debió capturar por medio de la astucia camuflándose entre las focas y tendiéndose a su lado en la playa para que le indicara el camino de retorno adecuado, la oportuna intervención divina de la diosa Idotea que acude en ayuda de Menelao y los suyos cuando se hallaban a punto de perecer de inanición, o su retención en una isla, la de Faro, por obra de los dioses que estaban irritados contra él. Un viaje, por tanto, que parece hallarse ya a medio camino entre el universo puramente imaginario de los antiguos héroes, que en sus andanzas por los confines del orbe debían vérselas con monstruos o seres semidivinos, y un horizonte geográfico mucho más real que reflejaba tímidamente las primeras empresas de navegación griegas por el oriente y el sur de la cuenca mediterránea.
El texto de esta entrada es un fragmento de «El descubrimiento del mundo. Geografía y viajeros en la antigua Grecia».
El descubrimiento del mundo – Francisco Javier Gómez Espelosín – Akal