Aunque Benjamin sigue siendo conocido y antologizado por su estudio pionero sobre los efectos de las tecnologías de reproducción en la experiencia, el consumo y la comprensión de la obra de arte, sus aportaciones a la historia de las primeras emisiones radiofónicas y sus ideas sobre las mismas son relativamente ignoradas o se hallan escasamente presentes en las discusiones sobre su legado y en los debates en torno a la proliferación en el pasado siglo de nuevos medios, particularmente los medios sonoros.
En menos de cinco años, Benjamin escribió y pronunció entre ochenta y noventa conferencias a través del nuevo medio de la radio en Alemania, repartidas entre Radio Berlín y Radio Fráncfort. Estas emisiones, muchas de ellas producidas bajo los auspicios de programas para niños, cubren una fascinante selección de temas: tipologías y arqueologías de un Berlín en rápida transformación; escenas del cambiante paisaje de la infancia y sus construcciones; casos ejemplares de artimañas, timos y fraudes que se mueven por las líneas inciertas entre la verdad y la falsedad; acontecimientos catastróficos, como la erupción del Vesubio, el desbordamiento del río Mississippi y muchos otros más
Aquí os dejamos un ejemplo de su trabajo de creación para la radio, dirigido al público infantil y juvenil: «Un día enrevesado», Benjamin emitió ésta y otras muchas dedicadas y orientadas a los niños de 1929 a 1932 en Radio Berlín y Radio del Suroeste de Alemania (Fráncfort). Fueron radiadas como parte de la programación de estas emisoras destinada a los jóvenes: la Jugendstunde de Radio Berlín y la Stunde der Jugend, u Hora de la Juventud, de Radio Fráncfort.”
Walter Benjamin | Un día enrevesado: treinta rompecabezas
Quizá conozcáis un largo poema que comienza así:
Estaba oscuro, la luna brillaba, un carro pasó a la velocidad del rayo y lentamente dobló la esquina redonda. Dentro había personas sentadas de pie, inmersas en una silenciosa conversación, cuando una liebre muerta de un tiro corrió patinando sobre un banco de arena.
Cualquiera puede darse cuenta de que aquí no todo encaja. En la historia que hoy oiréis tampoco cuadran algunas cosas, pero creo que no todos lo notaréis. O mejor dicho: cada uno de vosotros encontrará algunas incoherencias. Cuando encontréis una, tendréis que hacer una marca con lápiz en un papel que tendréis preparado. Solo os daré una pista: si marcáis todas las incoherencias de la historia, sumaréis 15 marcas. Pero, si solo encontráis cinco o seis, no estará nada mal.
Mas esto es solo una faceta de la historia que ahora vais a oír. Además de las 15
incoherencias incluye 15 preguntas. Las incoherencias permanecerán escondidas
para que nadie las advierta, mientras que las preguntas se anunciarán con un gong.
Quien responda correctamente a una de las preguntas, ganará dos puntos, pues dar
respuesta a muchas de las preguntas es más difícil que encontrar las incoherencias.
Como solo son 15 preguntas, el que sepa responder correctamente a todas podrá
anotarse 30 tantos. Sumados a los 15 de las incoherencias, hacen un total de 45 puntos. Ninguno de vosotros conseguirá sumar tantos puntos, pero eso no debe preocuparos. Diez puntos son ya una buena puntuación.
Podéis anotar vosotros mismos los puntos. En la siguiente Hora de la Juventud,
la radio revelará las incoherencias y las respuestas a las preguntas, y entonces podréis comprobar si vuestras conclusiones eran acertadas, pues en este juego se trata
sobre todo de pensar. No hay aquí preguntas ni incoherencias que puedan responderse o resolverse sin pensar.
Solo os daré un consejo: no os concentréis solo en las preguntas. Atended sobre
todo a las incoherencias; las preguntas se repetirán todas al final. En las preguntas
no hay, obviamente, incoherencias; todas son perfectamente coherentes. Y ahora
prestad atención. Aquí viene Heinz con su historia.
¡Vaya día! Todo empezó esta mañana –por la noche casi no pude pegar ojo, porque estuve pensando sin parar en un acertijo–, pues esta mañana temprano sonó el
timbre, abrí la puerta y era el ama de llaves sorda de mi amigo Anton. Quería entregarme una carta de Anton.
«Querido Heinz», decía Anton, «ayer, cuando estuve en tu casa, me dejé el sombrero colgado. Dáselo, por favor, a mi ama de llaves. Saludos cordiales de Anton».
Pero la carta no terminaba así, porque más abajo escribió: «En el último momento
encontré el sombrero. Perdona la molestia, y muchas gracias por tu atención».
Anton siempre es así, como buen profesor distraído. Pero al mismo tiempo es un
gran aficionado a los enigmas, que muchas veces resuelve. Y cuando leí la carta pensé: hoy podría recurrir a Anton. Quizá encuentre la solución a mi acertijo. Porque
había hecho la apuesta de que resolvería el acertijo a la mañana siguiente, es decir,
hoy. Este era el acertijo (gong):
El campesino lo ve con frecuencia, el rey raras veces, y Dios nunca. ¿Qué es?
Nada, preguntaré a Anton, pensé. Hubiera querido preguntarle al ama de llaves
si Anton estaba ya en el colegio –Anton es profesor–, pero ya se había marchado.
Pensé que Anton se encontraría en el colegio, así que me puse el sombrero y salí. Justo cuando bajaba las escaleras, recordé a tiempo: hoy es el primer día del verano, así que todo empieza una hora antes. Tomé mi reloj y lo atrasé una hora. Cuando salí a la calle me di cuenta de que se me había olvidado afeitarme. Justo en la esquina izquierda vi una barbería. En tres minutos estaba allí. Vi que en la ventana colgaba un gran letrero esmaltado que decía: «Afeitado, hoy 10 peniques, mañana gratis» (gong): Afeitado, hoy 10 peniques, mañana gratis. El letrero me pareció extraño. Quería saber por qué. Pero entré, me senté en una silla y me afeitaron. Mientras me afeitaban no dejaba de mirar al gran espejo que tenía delante. De pronto, el barbero me cortó. Fue en el lado derecho, y en el lado derecho de mi cara reflejada en el espejo vi salir sangre. El afeitado costó 10 peniques. Pagué con mi billete de 20 marcos y recibí de vuelta 19 marcos en monedas de 5 marcos, cinco monedas de 10 peniques y 20 de 5 peniques. El barbero, un hombre joven y alegre, me abrió la puerta y me dijo al salir: «Salude a Richard si lo ve». Richard era su hermano gemelo, que tenía una farmacia en la plaza mayor.
Entonces pensé que lo mejor era ir al colegio y tratar de encontrar a Anton. Bajaba por la calle camino del colegio, cuando vi una gran multitud que rodeaba a un mago de feria que hacía sus trucos. En ese momento dibujaba con tiza un pequeño círculo sobre el pavimento, y luego dijo: «Ahora dibujaré alrededor del mismo centro otro círculo cuya circunferencia será cinco centímetros más grande que la del primero». Una vez dibujado, se alzó, miró a su alrededor con una misteriosa sonrisa y dijo (gong): «Si ahora dibujase un círculo gigantesco, digamos que tan grande como la circunferenacia de la Tierra, y luego un segundo cuya circunferencia sea cinco centímetros más grande que la de este círculo gigantesco, ¿qué anillo será más ancho? ¿El de circunferencia cinco centímetros más grande alrededor del más pequeño o el de circunferencia cinco centímetros más grande alrededor del círculo gigante?». Me gustaría saberlo.
Había conseguido abrirme paso entre la gente para irme, cuando advertí que mi mejilla aún no había dejado de sangrar y, como me hallaba en la plaza mayor, acudí a la farmacia para comprar esparadrapo. «Saludos de su hermano gemelo, el barbero», le dije al farmacéutico. Este era un hombrecillo muy viejo, y también un tipo raro. Y encima sumamente miedoso. Cada vez que abandona su local, no solo cierra la puerta con dos vueltas de llave, sino que además da la vuelta a todo el edificio y, si ve que ha dejado una ventana abierta, la cierra. Pero lo más interesante de él era su colección de curiosidades, que le gustaba mostrar a todo el que entraba en la farmacia. Y hoy no fue una excepción, porque me permitió contemplarla entera. Allí había una calavera de un negro africano de seis años, y al lado la calavera del mismo negro a los 60 años. La segunda era, naturalmente, mucho más grande. También había una fotografía de Federico el Grande jugando en Sanssouci con sus dos lebreles. Y al lado un cuchillo antiguo sin hoja al que le faltaba el mango. Había también un pez volador disecado. Y colgado de la pared un gran reloj de péndulo. Cuando hube pagado el esparadrapo, pregunté al farmacéutico (gong): «Si el péndulo de mi reloj oscila diez veces a la derecha y diez veces a la izquierda, ¿cuántas veces ha pasado por el punto medio? Me gustaría saberlo». Y al farmacéutico también.
Luego tuve que apresurarme si quería llegar al colegio antes de que terminaran las clases. Tomé un tranvía y pude sentarme en una esquina. A mi derecha estaba sentado un hombre obeso, y a mi izquierda una pequeña mujer que hablaba al hombre de su tío (gong): «Mi tío, decía, acaba de cumplir 100 años, pero solo ha tenido en toda su vida 25 cumpleaños. ¿Cómo es eso posible?». Sí, también a mí me gustaría saberlo, pero ya habíamos llegado al colegio. Recorrí todas las aulas en busca de Anton. Los profesores se enfadaron mucho por haberlos molestado.
Pero allí se hacían las preguntas más extrañas. Por ejemplo, entré en una clase de matemáticas en la que el profesor se había enfadado con un alumno porque no prestaba atención. El profesor iba a castigarlo (gong): «Ahora vas a sumar todos los números del 1 al 1.000», le dijo el profesor. El profesor se quedó no poco sorprendido cuando, pasado un minuto, el alumno se levantó y le dijo el resultado correcto: 501.000. ¿Cómo pudo hacerlo con tanta rapidez? Sí, esto también me gustaría saberlo. Empecé con los números del 1 al 10 y, aunque lo hice lo más rápido que pude, quedé por detrás de aquel alumno.
En otra clase se enseñaba geografía (gong): el profesor dibujaba un cuadrado en la pizarra. En el centro de ese cuadrado dibujó otro más pequeño. Luego trazó cuatro líneas que unían las esquinas del pequeño con las del grande. El resultado eran cinco áreas: una en el centro, que era la del cuadrado pequeño, y cuatro alrededor de este. Todos los alumnos debían dibujar esta figura. La figura representaba a cinco países. Y el profesor quería saber cuántos colores se necesitaban para que cada país tuviera un color diferente de los tres o cuatro países con los que limitaba. Pensé que para los cinco países se necesitarían cinco colores distintos. Pero no era cierto: eran menos. ¿Por qué? Me gustaría saberlo.
Luego entré en otra clase donde los alumnos aprendían a escribir. El profesor les preguntaba cosas muy extrañas, por ejemplo (gong): ¿Cómo se escribe hierba seca con cuatro letras? O (gong): ¿Cómo escribir 100 usando solo cuatro nueves? Y (gong): ¿Cuál es la letra central de ABC? Para terminar, el profesor contó a los niños un cuento (gong).
«Un mago malvado había convertido a tres princesas en tres flores idénticas que se encontraban en el campo. Una vez al mes permitía a una de ellas pasar la noche en su hogar como persona. En una de estas ocasiones, una de ellas dijo a su marido cuando ya amanecía y debía volver al campo con sus dos compañeras nuevamente convertida en flor: «Si al mediodía vienes donde yo me encuentro y me arrancas, quedaré liberada y estaré siempre contigo. Y esto ocurrió». Y ahora me pregunto: ¿cómo la reconoció su marido, si las tres flores eran idénticas? También me gustaría saberlo. Pero ya era tarde para dar con Anton y, como no se encontraba en el colegio, me dirigí a su casa.
Anton no vivía lejos, en el quinto piso de un edificio de la Kramgasse. Subí las escaleras y toqué el timbre. Enseguida abrió su ama de llaves, la misma que me había visitado por la mañana, y me invitó a entrar. Pero estaba sola en la casa: «El señor Anton no está». Esto me irritó. Pero pensé que lo más inteligente sería esperarlo, y me quedé en su despacho. Tenía una bonita vista de la calle. El único inconveniente era que enfrente había una casa de dos plantas que estorbaba la vista. Pero se podían ver claramente las caras de los transeúntes y, mirando hacia arriba, los pájaros revolotear entre los árboles. No muy lejos se veía la gran torre de la estación con su reloj. Este marcaba las 14:00 h. Saqué mi reloj de bolsillo para comparar. Marcaba las cuatro en punto. Había esperado tres horas, cuando, ya aburrido, me puse a mirar los libros que Anton tenía en su despacho. (Gong) Desgraciadamente, un ratón había entrado en la biblioteca. Cada día roía un libro entero. Ahora estaba royendo la primera página del primer tomo de los cuentos de Grimm. Me pregunté cuánto tardaría en llegar a la última página del segundo tomo de los cuentos de Grimm. No tenía en cuenta las cubiertas, solo las páginas. Y también esto me gustaría saberlo. Pero entonces oí voces que provenían del pasillo.
El ama de llaves se encontraba allí con un mozo enviado por el sastre para cobrar por un traje. (Gong) Como el mozo sabía que el ama de llaves era sorda, le había escrito en un trozo de papel la palabra GELD [DINERO]. Pero el ama de llaves no tenía dinero con ella, y escribió dos letras más en el mismo papel para pedirle que tuviera paciencia. ¿Qué letras eran esas?
Pero ya estaba cansado de esperar, y bajé a la calle para tomar algo después de un día tan enojoso. Cuando llegué a la calle, la luna estaba ya en el cielo. Hacía unos días tuvimos luna llena, y ahora volvía a crecer; parecía el comienzo de una gran «Z» mayúscula alemana sobre los tejados. Enfrente tenía una pequeña confitería. Entré y pedí tarta de manzana con nata (gong): pero cuando me sirvieron la tarta de manzana con nata no me gustó su aspecto. «Prefiero que me ponga pastel de chocolate», le dije al camarero1 . Me trajo el pastel de chocolate, que me supo muy bien. Me levanté para marcharme y, cuando estaba a punto de salir, el camarero vino a toda prisa y me gritó: «¡Usted no ha pagado el pastel de chocolate!». «Pero a cambio le he dado la tarta de manzana», le repliqué. «Que tampoco ha pagado», me respondió. «¡Sí, pero no me la comí!», le dije, y me marché. ¿Tenía yo razón? También esto quisiera saberlo.
Cuando llegué a casa, cuál no fue mi sorpresa al ver allí a Anton, que me había estado esperando cinco horas. Quería disculparse por la estúpida carta que esta mañana me hizo llegar de manos de su ama de llaves. No es para disculparse, le dije, y a continuación le conté todo lo que me había ocurrido aquel día tal como lo cuento ahora. No paró de menear la cabeza. Cuando terminé, estaba tan asombrado que se había quedado sin habla. Sin dejar de mover la cabeza, bajó luego las escaleras. Y, cuando dobló la esquina, me di cuenta de que esta vez sí que había olvidado su sombrero. Y yo… también yo había olvidado algo: preguntarle por la solución a mi acertijo (gong): El campesino lo ve con frecuencia, el rey raras veces, y Dios nunca.
Pero os dejo la solución a vosotros. Adiós.
Repetición de las quince preguntas:
- La primera pregunta es un viejo y popular acertijo alemán: El campesino lo ve con frecuencia, el rey raras veces, y Dios nunca. ¿Qué es?
- Si un barbero cuelga en la ventana un letrero esmaltado que dice: Afeitado, hoy 10 peniques, mañana gratis, ¿por qué no nos convence?
- Si tengo un pequeño círculo y dibujo con el mismo centro otro círculo más grande cuya circunferencia mide cinco centímetros, entre ambos círculos queda un anillo. Pero si tomo un círculo gigantesco, un círculo, digamos, tan grande como la Tierra y dibujo, también con el mismo centro, un nuevo círculo cuya circunferencia sea también cinco centímetros más grande, entre ambos círculos queda igualmente un anillo. ¿Cuál de los dos anillos es más ancho, el primero o el segundo?
- Si el péndulo del reloj ha oscilado diez veces a la derecha y diez veces a la izquierda, ¿cuántas veces ha pasado por el punto medio?
- ¿Cómo puede un hombre de 100 años haber tenido solo 25 cumpleaños?
- ¿Cómo se pueden sumar todos los números del 1 al 1.000 de la forma más rápida? Inténtese primero con los números del 1 al 10.
- Un país está rodeado de otros cuatro países, cada uno de los cuales limita con el país central y con dos de los que lo rodean. ¿Cuántos colores hacen falta para distinguir a cada país de los que lo limitan?
- ¿Cómo escribir hierba seca con cuatro letras?
- ¿Cómo se puede escribir 100 en cifras empleando solo 4 nueves?
- ¿Cuál es la letra central de ABC?
- En el campo hay tres flores idénticas. ¿Cuál de ellas no estaba allí durante la noche?
- ¿Cuánto tiempo necesita un ratón que está en la primera página de un libro para llegar a la última del siguiente libro de una serie, suponiendo que roe en el mismo orden que guardan los libros y que necesite un día para roer cada libro?
- ¿Cómo se puede utilizar un papel en el que figura la palabra GELD [DINERO] para pedir paciencia añadiendo dos letras?
- ¿Por qué no se puede hacer como el señor que pide un pastel, lo cambia por otro distinto y no quiere pagar este otro porque dice que había pagado con el primero?
- De nuevo el viejo acertijo, para cuya solución hace falta escribir cuatro puntos: El campesino lo ve con frecuencia, el rey raras veces, y Dios nunca.
Respuestas a las quince preguntas:
- Un igual.
- Si la oferta del barbero fuese seria, no tendría colocado ese letrero permanentemente. El «mañana» del afeitado gratuito nunca llegará.
- Los dos anillos son igual de anchos.
- El péndulo pasa 20 veces por el punto medio.
- El hombre nació un 29 de febrero.
- Se hacen las sumas: 999 + 1 = 1000, 998 + 2 = 1000, 997 + 3 = 1000; hay 500 sumas, y un resto de 1.000 al final y 0 al principio, y añadiendo luego 1.000 a 500.000 se obtiene un total de 501.000. De la misma manera se hace la suma de los números del 1 al 10, que es 602 .
- Se necesitan tres colores, uno para el país de en medio, otro para los dos países que limitan con él arriba y abajo y un tercero para los que limitan con él a la izquierda y a la derecha.
- Heno.
- 99 + 9/9.
- B.
- Sobre la flor que no estuvo en el campo por la noche no hay rocío.
- Para ir de la primera página del primer libro a la última del segundo libro, el ratón necesita solo un instante, pues en una biblioteca debidamente ordenada la primera página del primer libro es vecina de la última del segundo.
- Añadiendo las letras DU, con lo que GELD [dinero] se transforma en GEDULD [paciencia].
- El primer pastel no pertenece al cliente, pues no lo ha pagado. Entonces no puede ni comerlo, ni pagar con él el segundo pastel.
- Un igual.
Lista de las 15 incoherencias:
- Heinz se da cuenta de que empieza el verano, y atrasa su reloj una hora. Lo que debe hacer es adelantarlo una hora.
- Si la barbería está en la esquina y Heinz tarda tres minutos en llegar hasta ella, es imposible que la vea.
- Si Heinz tiene un corte en el lado derecho, verá la herida en el lado izquierdo de su cara reflejada en el espejo.
- No se pueden devolver 19 marcos en monedas de cinco marcos.
- Cinco monedas de 10 peniques y 20 de 5 peniques son 1,50 marcos. Heinz debió recibir solo 90 peniques además de los 19 marcos, pues dio al barbero 20 marcos y su afeitado costaba 10 peniques
- Si el barbero, que es hermano gemelo del farmacéutico, es un hombre joven, el farmacéutico no puede ser un hombre anciano.
- Una ventana no puede cerrarse desde fuera.
- Un hombre solo puede tener, lo mismo si está muerto, un cráneo, no dos.
- En la época de Federico el Grande no se podían tomar fotografías.
- Un cuchillo sin hoja y sin mango es un cuchillo inexistente.
- Quien está sentado en una esquina no puede tener a nadie sentado a su derecha y a su izquierda.
- Si el ama de llaves de Heinz es sorda y estaba sola en la casa, no pudo haber oído el timbre.
- Si alguien vive en un quinto piso, un edificio de dos plantas no puede impedirle la vista, ni puede ver las caras de los transeúntes.
- Si el reloj de la estación marca las 14:00, son las dos de la tarde, no las cuatro.
- La luna creciente no semeja el comienzo de una «Z» mayúscula alemana, sino de una «A» mayúscula.
El texto de esta entrada es un fragmento de “Radio Benjamin”
Radio Benjamin. Edición de Lecia Rosenthal – Walter Benjamin -Ediciones Akal
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